Hacia la madurez del ciudadano argentino
La madurez es una condición que puede acompañar- o no- la etapa de la vida que conocemos como edad adulta.
* por Gladys Seppi Fernández, educadora y escritora.
La madurez de los pueblos es acorde a la madurez de sus ciudadanos, nos atrevemos a afirmar. ¿Qué queremos decir con esta afirmación? Que tal como todo lo que está en proceso de desarrollo apunta- debiera- a alcanzar su maduración, cada ciudadano de nuestro país debiera poner en su mira llegar a ser un adulto maduro, desarrollado en todas las posibilidades con que fue dotado.
La madurez es una condición que puede acompañar- o no- la etapa de la vida que conocemos como edad adulta. A veces las confundimos por lo que vale la pena aclarar este estado, el de la madurez, que no se da por cumplir años sino por cumplir con las condiciones internas que permiten a todo ser vivo decir , sentir y actuar como un ser logrado como destino particular y único.
Sabemos que no siempre logran los años que van transitando a cada individuo transformarlo en una persona madura, condición que exige un arduo y a veces inconsciente trabajo interno. Quizás su característica principal sea la superación de obstáculos, de dificultades, obstáculos o pruebas que la vida va poniendo en cada etapa del crecimiento humano para pasar a la siguiente y superarlas superándose.
Desde niños, desde venidos a la vida, cada cual, cada uno debe aprender, a superar , aprender recursos para ganar la vida: a gatear, a caminar a correr , a asearse, a enfrentar clases, a estudiar a rendir exámenes a asistir a exámenes que se van haciendo, con los años, cada vez más difíciles.
Madurar es haber afrontado esas pruebas, haberlas superado y sentirse por ello fortalecido. Con una creciente autoestima.
En la posición de testigos contrarios a la necesaria superación de cada etapa, están los padres, los maestros los gobiernos sobreprotectores que asumen el rol del sujeto y lo hacen todo por él. Los padres que van quitando obstáculos, los maestros que facilitan las lecciones, que perdonan los malos resultados y dan los temas por sabidos, que facilitan exámenes y aprueban a todos por igual, que borran los estímulos de superación, generando así las verdaderas grietas que van separando, le pese a quien le pese, a los que pueden por sí mismos de los que no pueden, a individuos, sean hermanos, vecinos, miembros de un mismo barrio, colectividad, escuela, municipio y país, divididos en débiles y potentes.
Lo saludable es confiar en que el otro puede, un hijo, un alumno, un ciudadano cualquiera y evitar hacerlo todo por él supone aspirar a su crecimiento, a su maduración.
La Argentina de hoy se está poniendo a prueba.
La pregunta es urgente, necesaria, ineludible: ¿Son maduros sus ciudadanos? , y más exigible aún: ¿son maduros los que han llegado a la edad de la adultez?
¿Actúan por sí mismos, sabiendo lo que quieren y persiguiendo un noble fin? ¿O son dirigidos y no razonan sobre sus propios actos- como es el de votar, hacer por el territorio en que vive empezando por el barrio, la ciudad, la provincia, la nación?
Alcanzan la madurez, además, los que se sienten que van tras completarse en sí mismos, construidos seres responsables, los que ascienden ese difícil peldaño de manera que pueden permitirse el reconocimiento del valor del otro. De lo que aporta otro.
¡Y ésto sí que es difícil de lograr para los argentinos!
Los egoísmos personales, el desconocimiento de los méritos de los demás, en la familia un hermano, en la escuela un compañero, en la profesión, un colega, en la vida cívica, otro ciudadano, ha causado un gran retraso en el crecimiento del país. Eso se llama falta de reconocimiento y, como lo explicó José Ingenieros en su libro “El hombre mediocre”, es una conducta grave porque atenta contra el crecimiento y mantiene a las sociedades subsumidas en una aletargante y dañina mediocridad.
Nadie se atreve a diferenciarse pocos se atreven a llamar la atención y provocar sentimientos de rechazo, por ejemplo.
Ese mezquino sentimiento, tan cultivado en la Argentina, explica por qué se han oscurecido hombres y actuaciones que pudieran llover bendiciones en la calidad de vida e iluminar nuestro destino común,
Exaltar la creación, la obra, el aporte por pequeño que sea no es una práctica estimulada y por lo mismo practicada en la Argentina, en sus puestos de trabajo, en sus oficinas, en sus escuelas.
¿Quién da más? ¿Quién puede hacerlo mejor?, debieran ser las preguntas practicadas para estimular el hacer, el aporte de ideas, el trabajo con verdadero gusto, afán y pasión.
Esa generosa práctica… ¡Nos haría bien a todos! Como sociedad, como pueblo, como institución.
Seguramente, más y más ciudadanos se sumarían a la ansiada maduración y a la del país, cuando respondamos positivamente a las preguntas:
¿Quién puede hacerlo? ¿Quién puede trabajar más y mejor?
* por Gladys Seppi Fernández, educadora y escritora.
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