8 de marzo: la historia de Adriana, entre el trabajo fuera de casa y el cuidado de sus cuatro hijos
Es madre de cuatro hijos, dos pares de mellizos. Cuida niñas y limpia casas por la mañana y por la tarde. Un día en la vida de Adriana, la realidad de las empleadas domésticas.
De lunes a viernes Adriana Josefa Bruno se levanta a las 7 de la mañana en su casa del barrio 210 viviendas de la zona norte de Roca. “Por ahí se me pasa un poquito el reloj”, confiesa y ríe. Mientras desayuna pone un lavarropa con ropa sucia, guarda los platos, barre el piso, ordena y hasta tiende la cama. Tiene 57 años y es madre de cuatro hijos que son dos pares de mellizos: los dos más grandes, Diego y Facundo, tienen 27; los dos más chicos, Lucía y Matías, 21. Antes de irse cuelga la ropa. Después enciende la moto, se pone la mochila, el chaleco refractario, el casco y arranca para el primero de sus tres trabajos. Este 8 de marzo te invitamos a conocer su historia.
De 9 a 13, trabaja en una casa del barrio San Martín en tareas generales de limpieza y cuidado de niños. Martes y jueves por la tarde la jornada se extiende en otra casa de la zona sur de la ciudad y lunes, miércoles y viernes en otra. “Son otras cuatro horas y después ya me voy a mi casa, como a las 6 o 7 depende de si me atraso un poco”. Al llegar se reencuentra con los hijos, toman unos mates, repasan el día y después ya se pone a preparar la cena.
8 de marzo: los primeros trabajos de Adriana
Según datos oficiales del Ministerio de Trabajo de la Nación, a noviembre de 2024 hay 449.000 trabajadoras de casas particulares registradas en todo el país. Adriana es una de ellas. El número parece alto, pero en noviembre de 2023 la cifra era de 464.500, lo que implica una variación porcentual del –3,3%.
A lo largo de la historia, el trabajo doméstico ha sido uno de los sectores más informales de la economía nacional por lo que es difícil determinar con precisión cuántas personas están involucradas en el sector. Y, además, está altamente feminizado, aunque hay varones que desempeñan estas tareas.
Le dicen «Adri» y nació en Allen. Su primer trabajo fue a los 17, de ordenanza en Soldimar, un galpón de empaque que ya no existe. Estuvo siete meses, pero lo dejó por un viaje a La Pampa con su mamá. A los 21 entró a un supermercado (Roymar) donde trabajó cinco años en el sector de fiambrería. “Entraba a las 7 y salía a la 1, me encantaba atender, a veces iba a la tarde también, trabajaba de lunes a lunes con franco rotativo”. Pero claro era soltera y no tenía hijos.

8 de marzo: cada embarazo implicó quedarse sin trabajo
Conoció a su marido, se pusieron de novios y en septiembre de 1995 se fueron a vivir juntos. Luego quedó embarazada, a los dos meses y medio le dijeron eran mellizos. “En el ‘97 nacieron Diego y Facu y ahí cambió todo. Cuando cumplieron un año me despidieron, pero no porque era mal empleada”, destaca, “necesitaban que estuviera más tiempo y no podía con los dos, había conseguido una chica, pero me los descuidaba mucho”.
Ahora recuerda la dinámica y le parece sencilla: “había media hora de diferencia entre uno y otro para darle la mamadera, me lo decreté yo. Los primeros tres meses me ayudó mi marido. Mientras él le daba la mamadera a uno, yo cambiaba al otro. No lloraban, sólo cuando se enfermaban. Ahí sí se complicaba”.
Con lo que le pagaron de la indemnización, ella se quedó en la casa con los chicos. Él trabajaba en una carnicería, pero lo despidieron así que apostaron juntos a un kiosco familiar en la casa. Los primeros tiempos les fue muy bien, surtían el local con las changas que él hacía. Cuando ya no lo pudieron sostener lo tuvieron que cerrar. Además, el papá de Adriana se había enfermado y ella lo tenía que cuidar.
Cuando los mellizos tenían 4 años ella estaba mal. Finalmente, su papá había fallecido y estaba “en estado depresivo”. “Me fueron a buscar para trabajar en una fiambrería, pero al tiempo renuncié porque la mujer que cuidaba a Diego y a Facu no los fue a buscar a la guardería. La directora me llevó los chicos a casa porque sabía dónde vivía”, recuerda.
Pasó un año más. Adriana se sentía rara, estaba muy delgada, le hicieron estudios, pensó que tenía quistes. En una ecografía le dijeron ‘tenés dos’. ‘¿Dos qué?’, preguntó con miedo. Dos bebés. Era volver a empezar: otra vez mellizos.
“Venía todo bien, pero a los cinco meses casi los pierdo, ya no tenía ni fibra en el cuerpo, me tuvieron que dar inyecciones y vitaminas. Se me adelantó el parto porque Diego se cayó de arriba de un árbol, se sacó el codo y lo tenían que operar. De ahí no salí, quedé un mes internada. Luci y Mati nacieron casi a término, de dos kilos y medio. Y ahí empezó la verdadera ‘batalla’”, bromea.
8 de marzo: «No podía tener un trabajo afuera de casa»
En la casa, ella quedó con los cuatro. El camino recorrido con los primeros mellizos lo repasó al cuidar a los segundos. Cuando el dinero escaseaba Adriana hacía ravioles caseros. “Teníamos unos clientes bárbaros, los más grandes iban con el padre a repartir o levantar pedidos y yo armaba todo. Me acostaba a las 3 o 4 de la mañana”, recuerda.

En el 2007 se mudaron a Roca para concretar el sueño de la casa propia en la que hoy vive junto a tres de sus hijos. Llevarlos a la escuela y al jardín era toda una logística, los dos más chicos en la bici y los dos más grandes al costado, de una punta a la otra de la ciudad. La sensación de llegar a la casa para, al rato, volver a salir era cotidiana: «No podía tener un trabajo afuera, además de lunes a viernes quedaba sola porque mi marido había conseguido un trabajo en La Pampa así que volvía los fines de semana”.
Los chicos fueron creciendo y Adriana empezó a cuidar a un bebé de tres meses, hijo de una vecina que había empezado a trabajar en una empresa de limpieza. “Con el tiempo ella me hizo entrar a mí. Trabajé cinco años, a veces cubría francos, en un supermercado y también en la facultad de Roca. Hacía ocho horas, horario partido, de 5.30 de la mañana a 10 y después a la tarde”, cuenta.
8 de marzo: la enfermedad de su marido y un accidente de tránsito
Corría el tiempo entre los vaivenes del trabajo y la economía cuando a su marido le detectaron un tumor y “todo se puso patas para arriba”. Un día la empresa para la que trabajaba Adriana dejó de pagarle el sueldo. Estaba desesperada. Tenía que comprar medicación, que era muy cara, y sostener a sus hijos. Un profesor de la facultad le ofreció trabajo para cuidar a sus hijas y aceptó. Desde hace 9 años trabaja ahí en relación de dependencia.
“Al principio mi marido me aliviaba mucho las tareas de la casa, pero después se desmejoró. Se me movió todo cuando falleció del cáncer, duró 4 años y 5 meses. Los más chicos tenían 16 años, los más grandes no tenían trabajo. De a poco fui remontando, pagando las deudas, estuve un año vendiendo canelones, ravioles y sorrentinos”, afirma.
El último “sacudón” fue hace poco más de un año. En diciembre del 2023 tuvo un accidente de tránsito, la operaron. Estuvo 6 meses sin trabajar. Siguió cobrando porque era trabajadora registrada pero el trabajo por horas se cortó.
8 de marzo: los sueños de Adriana cuando llegue la jubilación
Le quedan tres años para jubilarse y tiene proyectos: “sé coser, digo que voy a descansar, pero no sé, vamos a ver, quiero disfrutar. Ahora solo los fines de semana puedo aprovechar para ir a la casa de mi mamá o a la chacra de mis amigos. El año pasado hice zumba, un relax, iba para hacer sociales, pero no puedo seguir por dolores de columna. Tendría que hacer natación o pilates, pero ¿en qué tiempo?”, se pregunta y no encuentra la respuesta por ahora.
“A mí me gusta este trabajo, los chicos me encantan y tengo paciencia. Confían en mí. Además, mi mamá siempre me inculcó que lo tuyo es tuyo y lo que es del dueño es del dueño. Conocí muchas personas que me brindaron cariño y ‘me aguantan’ con todo lo que me pasó”, concluye.

8 de marzo: la dura realidad del sector: trabajadoras de casas particulares
Sonia Kopprio, secretaria general del Sindicato de Empleadas en Casas de Familia de Río Negro y Neuquén, que nuclea alrededor de 8.000 afiliadas aseguró que es alta la informalidad en el rubro y confirmó que el salario promedio de una trabajadora por ocho horas diarias es de $349.507 (con retiro).
Consideró que la “gran deuda” con el sector es el registro de las trabajadoras. Destacó que se haya constituido la comisión de casas particulares en la que participan los gremios y las autoridades del ministerio de Trabajo “pero estamos debajo del índice de la pobreza”, admitió.
“Hay compañeras que en cuatro horas tienen responsabilidades de quinta categoría (tareas generales de limpieza), pero las obligan a hacer de todo (cuidado de niños y hasta jardinería), les pagan por una sola categoría y no llegan a $150.000 al mes. Llorando vienen porque no les alcanza ni para el pasaje», relató.
“El 3 de abril es nuestro día, feriado nacional para las trabajadoras de casas particulares de todo el país. Como mujer trabajadora pido este 8 de marzo que ese día se lo den a las compañeras y si lo trabajan que se lo paguen doble”, señaló.
“Hay mujeres que explotan a sus empleadas que también son mujeres. Si vamos a salir a defender nuestros derechos y nuestra dignidad, defendamos a todas las trabajadoras», cuestionó, «además como gremio decimos: no nos traigan bombones, no nos traigan facturas. Queremos respeto y dignidad porque gracias a esa mujer hoy la mayoría sale a trabajar afuera y crece económicamente».
Adriana no suele ir a las marchas por el 8M en la ciudad, pero reconoce que tienen un impacto positivo en su vida. “El maltrato hacia las mujeres y los niños no se ve como normal. Creo que hay más respeto hacia la mujer y que no hay ningún desbocado que diga algo en la calle. Algo cambió”, dijo.
De lunes a viernes Adriana Josefa Bruno se levanta a las 7 de la mañana en su casa del barrio 210 viviendas de la zona norte de Roca. “Por ahí se me pasa un poquito el reloj”, confiesa y ríe. Mientras desayuna pone un lavarropa con ropa sucia, guarda los platos, barre el piso, ordena y hasta tiende la cama. Tiene 57 años y es madre de cuatro hijos que son dos pares de mellizos: los dos más grandes, Diego y Facundo, tienen 27; los dos más chicos, Lucía y Matías, 21. Antes de irse cuelga la ropa. Después enciende la moto, se pone la mochila, el chaleco refractario, el casco y arranca para el primero de sus tres trabajos. Este 8 de marzo te invitamos a conocer su historia.
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