Aarón Anchorena, el dandy que llevó osos a Isla Victoria
El millonario dejó una marca indeleble en el paisaje regional. A principios del siglo pasado logró que el Estado le cediera ese territorio, al que pobló de plantas y animales exóticos.
La irrupción de los primeros pobladores que se instalaron en el Nahuel Huapi a comienzos del siglo XX, luego de la campaña militar para desplazar a sus habitantes originarios, no solo dejó huellas en el perfil urbano y arquitectónico, inspirado en distintas variantes de origen europeo. También impuso fuertes cambios en el entorno natural.
Antes de que la zona tuviera estatus de área protegida, con la creación del primer parque nacional, hubo viajeros que reconocieron las bellezas del lugar y, decididos a afincarse, contaron con guiños y favores del poder político, que les otorgó derechos sobre la tierra y permiso tácito para modificarla a su antojo.
Tal vez el caso más notorio entre los “pioneros” de ese estilo fue el de Aarón de Anchorena, quien en menos de una década, en los albores del siglo pasado, conoció la isla Victoria, se enamoró de su geografía, decidió literalmente hacerla suya, consiguió el “usufructo” concedido por el Estado nacional, se instaló allí con el afán de fundar una “estancia modelo” y se fue con la misma impulsividad con la que llegó, corrido por las críticas que despertaron sus privilegios.
Anchorena era un representante típico de la clase acomodada porteña, descendiente de familia patricia, sin compromiso laboral alguno que lo ate a Buenos Aires, donde había nacido en 1877. El dinero nunca fue un problema para el joven aristócrata, quien fue uno de los impulsores iniciales del automovilismo y la aviación, precursor de los viajes en globo, hacendado por mandato familiar y amante de la caza.
En el verano de 1902, cuando Bariloche todavía no había sido fundada formalmente (el decreto sería firmado por el presidente Roca unos meses después), Anchorena llegó a la región en compañía de sus amigos Carlos Lamarca y Esteban Llavallol.
El arrebato aventurero los llevó a embarcarse rumbo a la inhóspita isla Victoria, donde los sorprendió la exuberancia de la vegetación. Acamparon allí varias semanas, en las que se dedicaron a reconocer la isla y cazar cabras salvajes.
Anchorena decidió sentar bases allí. Sus relaciones políticas le permitieron acceder con facilidad en primer término a un arrendamiento y luego a un “usufructo de por vida”, aprobado por ley. Su finalidad última era convertirse en propietario de los 31 km cuadrados que componen la isla lacustre más grande del país. Pero nunca lo logró y en 2011 abandonó el “proyecto”.
Sin embargo, ciento diez años después el rastro de Anchorena todavía está presente en el lugar. La lujosa vivienda que levantó en la isla se mantiene en pie y hace unos años fue restaurada por Parques Nacionales. También perdura el costado más polémico de su incursión patagónica, como son las especies de fauna y flora que introdujo con el propósito de recrear en plena Patagonia un paisaje propio del hemisferio norte.
Trajo ciervos colorados, ciervos gama, faisanes de distintas especies, perdices, pavos reales, jabalíes y hasta osos, que a diferencia de los anteriores no se adaptaron. Lo mismo pasó las ardillas.
Su intento suena grotesco a los ojos de hoy, pero los historiadores y biólogos que estudiaron ese y otros casos de colonización forzada señalan que hay que juzgarlos “con los criterios de la época”, cuando proliferaban iniciativas similares, para llevar animales y plantas africanas, asiáticas o australianas al hoy llamado “primer mundo”.
El museólogo Eduardo Pérez dijo que el impulso principal de Anchorena estaba dado por su afición a la caza y trajo animales con ese fin “deportivo y recreativo”, y disfrutarlo en forma personal y con sus amigos. No tenía consciencia alguna ni nadie le advirtió por entonces sobre el impacto que causaría en el entorno.
El inquieto ocupante de la isla Victoria abrió caminos, crió ganado, instaló un tambo, un aserradero y también un astillero, que llegó a botar varias embarcaciones. Además de sus invitados de la alta sociedad, las comitivas de Anchorena estaban integradas por numerosos empleados, “asistentes” provistos por el Ejército y solía no faltar un fotógrafo.
Los ciervos que trajo a la región mostraron una inmediata adaptación, se reprodujeron con rapidez y provocaron enorme daño en la vegetación nativa, ya que se alimentan de los renovales de ciprés y coihue. Además fue imposible confinarlos en la isla, porque atraviesan el lago a nado y en pocos años se extendieron a una vasta zona del sur de Neuquén.
También los faisanes proliferaron en pocos años y algo similar ocurrió con el jabalí. La tala rasa que practicaron los obreros de Anchorena para abrir campos de cultivo y para aprovechar la madera, fue seguida de un precipitado poblamiento con coníferas exóticas, que también colonizaron el ambiente con inusitada rapidez.
Laboratorio activo
Con los años, en la isla se conformó un “arborétum” único en el país, con más de 130 especies traídas de distintos rincones del planeta. Hoy perdura el vivero y el banco de semillas donde los investigadores de Parques y del Conicet desarrollan estudios sobre la interacción entre la flora nativa y la implantada.
Pérez resaltó que la instalación de Anchorena en la isla se dio 32 años antes de la llegada del tren, en épocas en las que no había caminos, y viajar desde Buenos Aires demandaba varias semanas arriba de un carro. Anchorena cumplió varias veces ese recorrido, por el que hizo traer los animales para su coto de caza y los insumos de todo tipo para equipar su vivienda.
“Eran viajes larguísimos, en los que se trasladaban con mucha carga, para asegurarse comodidades a las que no estaban dispuestos a renunciar”, aseguró Pérez.
Dijo que Anchorena interactuó con Emilio Frey y con el perito Francisco Moreno (a quien conoció en Neuquén durante su primer viaje a la región), pero no compartió del todo sus principios e intereses. Anchorena tenía una mirada de uso “más recreativo” de los ambientes cordilleranos. Algunos lo señalan como “el primer turista” de Bariloche, movido por impulsos de disfrute y contemplación, y no tanto de poblamiento, desarrollo y de garantizar presencia en una zona de frontera.
Según el investigador, esta última era una de las motivaciones con las que se loteó en esa época todo el entorno del Nahuel Huapi, planificada en ese entonces como una colonia agrícola ganadera.
Recreación y aprovechamiento
El empecinamiento de Anchorena por ser el arquitecto de su propio paisaje fue un signo característico de la época, en la que también se introdujeron las truchas y salmones que alteraron para siempre la biodiversidad ictícola en toda la región.
Algunas de las actividades asociadas al turismo que hoy generan importante rédito económico, como la caza y la pesca, son herederas de aquella historia.
Algunas reseñas de la época indican que Anchorena introdujo no menos de 2.000 especies, la mayoría vegetales, cuyo impacto directo o residual se mantiene hasta hoy.La bióloga de Parques Nacionales Carla Pozzi dijo también que los animales exóticos fueron traídos “con fines de recreación, sin tener en cuenta los efectos”.
Cuando Anchorena vivió en el Nahuel Huapi todavía no estaba creado el primer parque nacional, a pesar de que el Perito Moreno ya había cedido tierras con ese fin en la zona de Puerto Blest. El parque nacional del Sud (antecesor del Nahuel Huapi) fue creado recién en 1922 y la ley que dio origen definitivo al parque Nahuel Huapi, con una ampliación notoria de su jurisdicción, llegó 12 años después.
Según Pérez, aunque pueda sonar contradictorio, Anchorena formó parte de la comisión impulsora del primer parque nacional, cuando los criterios de preservación eran muy distintos de los actuales.Vale como ejemplo señalar que en la construcción del hotel Llao Llao (a fines de los años 30 y ya con el parque constituido) se emplearon miles de cipreses de gran tamaño extraídos de la isla Victoria.
Carla Pozzi insistió en que Anchorena “actuó en sintonía con las ideas de la época”, cuando no había estudios sobre introducción de fauna exótica.Explicó que ese tipo de implantaciones, con una “lógica de aprovechamiento” (como ocurrió con ciervos, faisanes, jabalíes y ahora con el visón americano), “desarman la estructura de los paisajes”. Lo mismo ocurre con especies vegetales hoy sobreadaptadas como la rosa mosqueta, la retama y el pino oregon.
Señaló que erradicarlos a esta altura resulta imposible, al punto de que el paisaje original ya resulta muy difícil de encontrar, salvo en lugres muy específicos. “Hoy lo que se intenta es elegir sitios de valor especial y controlar la abundancia de la especie exótica”, dijo Pozzi. Refirió que no todos los animales y plantas traídos de otras latitudes tienen el mismo carácter invasor y las más peligrosas son las que encuentran clima apto y no tienen competencia. Señaló como ejemplos de “éxito” en la expansión y distribución los alcanzados por la retama y por el jabalí europeo.
Factor extra
Según la bióloga, el gusto por lo exótico no fue solo el resultado del snobismo y la excentricidad de la clase alta porteña, con Aarón Anchorena como paradigma típico.Dijo que la fuerte corriente de inmigración europea (alemanes, italianos, suizos, daneses) que participó el poblamiento del primer Bariloche, tuvo también decisiva influencia en los cambios impuestos al escenario natural. “Hay reseñas que dan cuenta del interés e esta familias por traer plantines, semillas de sus lugares de origen, por una cuestión de añoranza”, refirió Pozzi.
Reconoció que en la iniciativa para importar grandes animales como las que encaró Anchorena, con distancias enormes y caminos casi inexistentes hay también un componente épico que hoy es difícil de entender. “Claramente era gente sin los valores que rigen hoy, pero además eran personas audaces”, sostuvo la especialista.
La irrupción de los primeros pobladores que se instalaron en el Nahuel Huapi a comienzos del siglo XX, luego de la campaña militar para desplazar a sus habitantes originarios, no solo dejó huellas en el perfil urbano y arquitectónico, inspirado en distintas variantes de origen europeo. También impuso fuertes cambios en el entorno natural.
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