Adiós a una gran jueza: Flora Susana Díaz

Luis Silva Zambrano
DNI 4.434.519. Exjuez en General Roca y Neuquén

Sí, la Dra. Flora Susana Díaz, quien por varias décadas se desempeñó como jueza penal en General Roca, la primera en este cargo que tuvo la Argentina, ha fallecido hace unos pocos días. Yo la conocí hace cincuentipico de años como secretario de su juzgado, siendo no poco más que un petimetre capitalino recién arribado. Me deslumbraron su gran temple y energía, dosificados en una mujer bien mujer y con gran coraje para afrontar las durísimas partidas que con frecuencia le tocan jugar a este fuero. Valga el recuerdo de un solo evento.

Sábado a la noche, febrero de 1971 (¡54 años!). El pueblo de Allen copado -sí, arramblado- por un grupo de malandrines, de ahí mismo algunos llegados otros de Neuquén, para defender y/o vengar a su jefe, tiroteado por alguien de la propia hueste. ¿Y la Policía? Bien gracias, los mandamos a dormir. El saldo: la muerte, no del capo sino del tirador. Imaginen el alboroto ante semejante evento, tanto menos calculable cuanto que sacudía un sábado por la noche el ardiente (y supuestamente durmiente) verano valletano, noticia de nivel nacional y pasto a las fieras. Los grandes medios: “el ¡ ‘far west’ patagónico!” ¿Rodaría la cabeza de algún jefazo político, tal vez la del jefe de Policía? (No, solo la del jefe local). Bueno, esa suerte de “toma” (pasando aun por encima de poderes públicos), estremeció la trama sociopolítica local y repiqueteó el ámbito nacional.

Y no era para menos (tal vez preanunciara las que luego llevó a cabo la subversión), al evidenciar la facilidad con que se llevó a cabo. De cualquier modo, la región ya había sido remecida, más sin las características propias de la “toma”, por la gran pueblada del “Cipollettazo” en el 69 (luego, en el 72, fue el “Rocazo”) y, de una u otra manera, en ambos casos debió también intervenir la jueza Díaz.

No es el caso narrar ni causas ni circunstancias de dichos eventos, sino que los traigo a la memoria a fin de que se entrevea que no es “moco de pavo” liderar un juzgado penal, por más que sea en un pueblo del interior. A lo anterior, súmensele las mil y una peripecias, digamos “normales”, que la complejidad social destila en forma “delincuencial”, desde los conocidos “robos de gallinas” al “guante blanco”…

Total: un juzgado penal -sobre todo, en su mayor nivel decisorio- no parecía en ésa época el marco profesional más apropiado para ser ejercido por una dama. Sin embargo, Susana demostró cabalmente lo contrario.

No se trata de una cuestión propia de género, sino de la “auténtica condición de juez”: el propósito firme e irrevocable de impartir, en toda ocasión, la justicia que, objetivamente, el caso entre manos requiera. Concepto tal vez elemental, pero tantas veces olvidado y aún desdeñado por quienes llevan a cabo semejante oficio, pero en todo caso justicia arduamente reclamada por quienes se ven privados de ella. Ojalá fuese ejemplo valedero también hoy día.


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