¿Cuál es nuestro destino?

Diego Lo Tártaro*

Los argentinos nos estamos convirtiendo es zombis en  los que la  incertidumbre, el temor, la tristeza, la apatía dominan nuestro espíritu, ánimo y proceder. Esto nos conduce a aceptar con fatalismo que los corruptos e inoperantes  destruyan la República.


Esto se percibe en todas las áreas que conforman nuestra sociedad,  pero limitémoslo  solamente a la economía.
¿Por qué  no funciona nuestra economía? ¿Cuál es la causa que lo provoca? ¿Por qué queremos, dentro del régimen capitalista, según la circunstancia, para proteger o beneficiar intereses políticos, corporativos, o particulares aplicar reglas de los regímenes de economía dirigida? Es como si llamáramos a jugar un partido de fútbol y el árbitro, para beneficiar al equipo de su preferencia según la circunstancia, aplica el reglamento del rugby.


Esta es la forma que nosotros conducimos nuestra economía. Pero esto no termina aquí; debemos sumar nuestra endémica inseguridad jurídica, tenemos la  vocación de que nuestra deuda externa sistemáticamente caiga en default y luego hacer extensas renegociaciones que terminan dirimiéndose en tribunales de los EE.UU. que nos castigan con más intereses, más honorarios y a pagar una legislación laboral que permite que algunos dirigentes gremiales , con procederes gangsteriles, hagan  de la extorsión su metodología de negociación. Los resultados están a la vista: fuga de capitales, no inversión, caída del empleo, más desocupados, inteligencia que emigra,  riesgo país por las nubes. En definitiva, multiplicamos el caos y la pobreza.


Este nudo gordiano que sistemáticamente cada día se hace más asfixiante,  de una vez por todas debemos cortarlo si queremos salir del embrollo en que durante años nos fuimos metiendo y del que hoy no encontramos cómo desatarlo. No dudemos:  u optamos por una economía de libre mercado o la del dirigismo económico;  es decir  somos liberales o somos populistas, pero no podemos seguir jugando un mismo partido con reglas diferentes.


Hoy necesitamos que el presidente aclare su pensamiento,  deje de ser conducido, y sea él quien conduce, porque las señales que da son confusas, contrapuestas, arbitrarias y en muchos casos imprudentes e irracionales. Este proceder  solo lo conduce a que su palabra cada  día resulte  más devaluada y carezca de credibilidad.


Finalmente, señor Presidente, la grandeza de los hombres se advierte ante la adversidad y la forma como la enfrentan. Bien sabemos que  todo tiene costos,  pero quien sabe administrar los evalúa y busca optimizar los beneficios. Esto es lo que hoy el pueblo argentino le esta pidiendo.


* Presidente del Instituto Argentino para el Desarrollo de las Economías Regionales (Iader)


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