Cuando la indecisión es una radiografía

PANORAMA POLÍTICO NACIONAL

Hay ministros, o ministras, que son irremplazables para un presidente por el poder propio que detentan, por su capacidad de gestión, sus méritos políticos o por sus buenas relaciones con los distintos ámbitos del poder. Hay otros ministros que son irremplazables simplemente por su alineamiento: a quién responden o, en este caso, a quién no responden. La indecisión de Alberto Fernández sobre quién será el sucesor o la sucesora de la ministra de Justicia, Marcela Losardo, marcó la agenda política de toda la semana. Y la indecisión funciona, a veces, como una radiografía del poder de un gobierno. El Presidente debe consultar sus decisiones.


Fernández confirmó el pasado lunes que Losardo había planteado la renuncia. Primer hecho inédito de la semana: un presidente de la Nación anunció, en un programa de televisión -cercano al gobierno, claro está- la salida de un ministro nacional. Segundo hecho inédito: al mismo tiempo que confirmó su salida, el mandatario reconoció que no tenía definido un reemplazo. Tercero: hasta ayer, una semana después de conocida la salida de la ministra, seguía sin haber reemplazo.


Se habla de una semana, pero lo cierto es que la salida de Losardo no era imprevisible. Según confirmaron a este diario miembros del gabinete nacional, la ministra había manifestado reiteradamente, en los últimos meses, sus intenciones de dejar el cargo. Pese a los reiterados esfuerzos por retenerla, la semana previa al anuncio presidencial, Losardo le había comunicado a Fernández que no esperaría más. En otras palabras, el presidente tuvo más de una semana para elegir un ministro, y no cualquier ministro, sino el ministro que en lo formal encabezará quizás la estrategia política más importante para el oficialismo en estos meses. Prefirió, en cambio, concentrar sus esfuerzos, sin éxito, en retener a Losardo.


El Presidente no sólo no pudo decidir libremente el reemplazo de Losardo, sino que tampoco tuvo decisión sobre su salida. “Está agobiada”, dijo Fernández cuando anunció la renuncia ministerial. Esto es, en efecto, cierto. No agobiada, como sugirió el mandatario, por presiones judiciales, sino por la propia presión interna en el oficialismo, el avance indeclinable del cristinismo sobre la Justicia.


La indecisión de Alberto Fernández sobre quién será el sucesor o la sucesora de la ministra de Justicia, Marcela Losardo, marcó la agenda política de toda la semana.



No se trata aquí de menospreciar los méritos intelectuales o jurídicos de Losardo:la ministra saliente es realmente respetada y hasta querida, incluso en la oposición y en el Poder Judicial. Pero los reiterados esfuerzos de Fernández por retenerla, admiten en Nación, estuvieron casi exclusivamente motivados por la lectura política que implica su salida. El trabajo de Losardo ya estaba deslucido, su poder, quebrado, tomado casi desde el comienzo de la gestión por los hombres de Cristina Kirchner en el Ministerio.
Losardo era más un nombre, que una ministra: tenía más fuerza fuera y dentro del Ejecutivo como nombre, esto es, como nombre de Fernández en el Gabinete, que como ministra con poder.


La falta de definición del Presidente durante la última semana generó ruido e incertidumbre dentro del propio Gabinete nacional, especialmente entre los más cercanos a Fernández. Cada día, desde el lunes, las respuestas que llegaban de los ministros y sus voceros era la misma: “En las próximas horas se va a saber”; “hoy mismo se va a conocer”. El nuevo ministro “estaba al caer”, pero no caía. La demora reflejaba una vez más que la decisión no depende sólo del Presidente, y que el sucesor o sucesora también valdrá, en gran medida, más por su nombre que por sus aptitudes.


Losardo era más un nombre que una ministra: tenía más fuerza como nombre, esto es, como nombre de Fernández en el Gabinete, que como ministra con poder.



Nombres no faltaron: algunos con posibilidades serias de convertirse en ministro, como el del rionegrino Martín Soria, otros meras operaciones o apuestas.


Pero, advierten dentro del propio oficialismo: quien sea el elegido seguirá sin gran poder de decisión. Los despachos estratégicos los maneja Cristina: el viceministro Juan Martín Mena y el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla, le responden. Se busca un nombre, más que un ministro.


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