El fútbol está en paz: Qatar hizo rey a Messi y coronó al mejor equipo del Mundial

Hubo justicia deportiva en el acto final de la Copa del Mundo. La Selección Argentina es el nuevo campeón y su capitán, luego de años de lucha y sufrimiento, levantó por fin el trofeo más deseado.

A las personas que te hacen feliz, respeto. A los jugadores que juegan con el corazón en la mano y el potrero en el alma, veneración. Y los que a través del fútbol -el suyo, el nuestro- son capaces de levantar la anhelada Copa del Mundo, la inmortalidad.

En Qatar fue el lugar de los sueños postergados. En el desierto, en el verano nuestro, casi con el calendario dado vuelta, este país sin tradición futbolistica nos deja marcados para la eternidad. Doha hizo rey a Lionel Messi y esta Selección Argentina, con más pasión que nunca y hambriento de victoria, puede bramar por fin que es campeón del mundo.

Ver a Lionel Messi levantando la Copa del Mundo es la revelación instantánea más esperada, es la epifanía milagrosa que no sólo esperaba nuestro fútbol, sino también el mundo entero.

Hermoso privilegio la de jugar una final de Copa del Mundo, a pesar de nerviosismo o el sufrimiento que da la dinámica de un juego que se ríe de los vaivenes emocionales. Vaya si los hubo en esta definición histórica donde la Selección Argentina pudo gritar campeón ante Francia recién en los penales (4-2), luego de 120’ electrizantes que terminaron 3 a 3.

De corazón a corazón, con una comunión entre jugadores y pueblo futbolero atravesada por el orgullo albiceleste, Argentina es campeón del mundo por tercera vez en su historia. Esta Copa es la concreción de un sueño postergado por generaciones de hinchas argentinos que tuvieron que padecer nueve mundiales para volver a festejar.

Si sos menor de 36 años, tu baño de gloria se hizo esperar, pero llegó. Si sos menor de 36 años, el estadio Lusail de Doha será por siempre tu estadio Azteca, tu Monumental de Núñez, el lugar de tus deseos cumplidos.

Y fue de la mano de Messi, el mejor jugador del Mundial a pesar de esa bestia competitiva que es Kylian Mbappé, el gran responsable de que la final no haya terminado en los 90 minutos reglamentarios.
A pesar de que muchas veces en el once contra once, la justicia espía por debajo de la venda, esta vez el fútbol fue justo.

La Selección debió terminar mucho antes que los penales su final ante Francia, el campeón que llegó a Doha dispuesto a validar su corona ante quien sea, incluso ante este enorme equipo nacional que jugó un primer tiempo a la perfección.

Por instancia, por la importancia de la cita y por rival, Argentina fue un canto al fútbol. Al carácter habitual, le sumó la excelencia de un juego asociado que ha signado nuestra historia por siempre.

Hasta la final, muchos de los integrantes de este equipo que hoy es campeón, habían tenido su momento, su gol, su salvada, el aporte en los momentos clave en alguno de las seis partidos anteriores. Faltaba el de Ángel Di María, el del gol en la final olímpica en Beijing, el que no había podido estar ante Alemania en Brasil 2014, el héroe del Maracaná, el segundo jugador más amado de la Selección.

Una finta de su sello ingresando al área, la falta de vocación para la marca de Dembele y un penal que Messi ejecutó con maestría para poner adelante a Argentina, en un partido que le era sumamente favorable en todos los sentidos.

La Selección salió con la decisión de buscar el partido con convicción y con coraje futbolero. Francia se desdibujaba ante el trazo firme de equipo de Lionel Scaloni y cuando quiso parecerse al campeón que era, Argentina, al servicio de la historia mundialista, escribió una nueva página dorada, gentileza del Fideo Di María.

La enorme jugada colectiva que antecedió al golazo del rosarino, fue una prueba cabal del fútbol que desplegó Argentina en el primer tiempo de la final. Messi, Julián Álvarez, Alexis Mac Allister y Di María a la red. Todo a un toque, a toda velocidad y efectividad.


Era una paliza táctica, y Francia, impotente, metía dos cambios antes del descanso (adentro Thuram y Kolo Muani, afuera Dembelé y Giroud), en un acto reflejo del que sabe que el agua le llega a cuello.

Cuando sonó el silbato del árbitro polaco Szymon Marciniak que marcó el final del primer tiempo, comenzaría la hora más larga del mundo, la que separaba a la Selección de un nuevo cara a cara con la gloria.

A Francia los cambios le hicieron bien, también los ingresos de Coman y Camavinga, pero parecía que no lo suficiente. Argentina enfilaba cómodo hacia su consagración, pero el toque drámático ya es un distintivo albiceleste en este Mundial. Como ante Países Bajos, la Selección tuvo su lapso fatal y en dos minutos, vía Mbappé primero de penal y después con una volea digna de crack, dejó al equipo argentino en shock. Faltaban apenas 11 minutos para el final del partido.

Se jugaba una de las finales más espectaculares de todos los tiempos y el alargue no fue un tiempo muerto antes de los penales. Todo lo contrario. Lionel Messi, de derecha, le puso el mejor final a una salvada de Hugo Lloris ante un disparo a quemarropa de Lautaro Martínez y parecía que ya no había lugar para más nada.

Pero a 4’ del final, Mbappé, quién sino, apareció otra vez de penal por una mano de Montiel, para llevar los corazones argentinos al límite. No hubo caso, el sufrimiento como aliado una vez más. Incluso Emiliano Martínez evitó que Argentina perdiera sobre la hora, después de quedarse con un disparo de Kolo Muani a los 120′.
A la hora de la verdad, en la instancia que lo decide todo, donde los 12 pasos son la distancia entre la gloria o la decepción, apareció el Dibu, nacido para ser salvaje.

El arquero atajó el segundo disparo de Coman, Tchouameni falló el suyo, Lloris no pudo con Messi, Dybala y Paredes, ni tampoco con Gonzalo Montiel, que se quedó con la última foto de una final inolvidable.

El fútbol está en paz porque Qatar coronó al mejor equipo del Mundial. También hubo justicia, porque la historia puso las cosas en su lugar y le dio a Messi el derecho a levantar la Copa después de cinco intentos. Es el final de un largo viaje de 36 años, la gloria es otra vez Albiceleste.


A las personas que te hacen feliz, respeto. A los jugadores que juegan con el corazón en la mano y el potrero en el alma, veneración. Y los que a través del fútbol -el suyo, el nuestro- son capaces de levantar la anhelada Copa del Mundo, la inmortalidad.

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