El bocado argentino: endeudar el país

Darío Tropeano (*)

En los momentos finales para la elección presidencial, va saliendo a la luz día tras día, como la humedad de una pared a la intemperie, la visión que los principales candidatos tienen respecto del endeudamiento externo del país. Todos apuntan a que la toma de deuda tendría por objeto el desarrollo nacional. El caso más extremo es el de Macri, quien afirmó la necesidad de endeudarse lo máximo posible. Los límites presentes para lograrlo estarían en el problema del país con los fondos buitre (al existir una sentencia incumplida en el Tribunal de Nueva York a cargo del juez Griesa, hay riesgo de embargo y responsabilidad de los bancos agentes de la colocación), por lo que debería arreglarse rápidamente con ellos. Lo ha dicho incluso un candidato a ministro del presidenciable Scioli, gobernador de la provincia de Salta, generando no pocos entreveros con el gobierno. Massa también se ha pronunciado al respecto, al igual que prácticamente todos los economistas que lo acompañan. La ecuación argumental sería esta: arreglando con los fondos buitre, ya no existirían riesgos de embargo, los inversores internacionales tendrían confianza y prestarían libremente y sin riesgos con tasas notablemente inferiores a las actuales (el promedio en Latinoamérica oscila entre el 4,5 y 5,5% anual y la Argentina coloca deuda en dólares emitida en el país entre el 8 y 9% anual). Algunos medios de comunicación nos explican que países africanos se endeudan a menor tasa que la Argentina sin importar el nivel de ingreso de ellos, su déficit fiscal, los indicadores sociales de sus habitantes o incluso la falta de libertades políticas existentes. Estos países tendrían “previsibilidad o seguridad jurídica”, condiciones que no existirían en nuestro país. Eso sí, nada dicen dichas opiniones vertidas respecto de las condiciones impuestas al Estado tomador de deuda: el control de sus políticas macroeconómicas a través del sometimiento del país emisor a los controles periódicos del FMI, la renuncia a la jurisdicción judicial en caso de litigios y el acogimiento al Tribunal arbitral del Banco Mundial (el Ciadi), la preferencia de inversión en servicios públicos, las altas penalidades para el caso de reestructuración de los vencimientos de capital o intereses, etc. Ahora bien, estos argumentos chocan con situaciones reales existentes e incluso con referencias técnicas ineludibles: la Argentina ha cancelado en los últimos doce años aproximadamente 16.000 millones de dólares anuales –promedio– de deuda externa, más la deuda interna en dólares a los ahorristas por efecto de la pesificación (esa deuda ha sido cancelada con reservas propias en dólares acumulados en estos años). Desde hace aproximadamente dos años administra swaps con yuanes –la moneda China– que convierte a dólares y ha tomado préstamos en esta moneda a través de YPF y colocaciones externas con jurisdicción local, mediante deuda emitida en el país (ver nota “Tomando deuda”, “Río Negro” del 30/4/2015). Asimismo, si bien la deuda global (el monto de la misma) ha crecido desde el 2004, disminuyó comparada con su PBI (los bienes y servicios que produce anualmente), como así en términos de deuda por habitante. Pregunta: ¿cómo se entiende esto para justificar una diferencia de tasa de interés? ¿Cómo es posible que un deudor prácticamente cerrado al mercado internacional de deuda pague a sus acreedores externos e internos regularmente sus deudas y además crezca económicamente a través de importantes obras de infraestructura y aumento del nivel de vida de la población? ¿Cómo es posible que ello suceda con cinco años de alta inflación y déficit fiscal en aumento? Lo cierto es que la caída del precio de los productos primarios que exportamos en alta proporción, el aumento del pago de los servicios de deuda externa, la restricción a la toma de créditos internacionales –dado el conflicto con los fondos buitre– y el desenlace “cantado” del cepo a la adquisición y remisión al exterior de la moneda extranjera (en realidad se trata de un control de cambios) –para disponer de dólares comerciales (exportaciones) con el objeto de pagar deuda externa– ocasionaron la actual restricción de disponibilidad de moneda extranjera. Pregunta: ¿qué conclusiones –desde un enfoque diverso por cierto– podemos obtener de este diagnóstico simple y evidente que muchos “economistas y opinadores” repiten día a día en los medios de comunicación? Pues en nuestro caso, que la Argentina es un país que paga en forma regular sus deudas (también irregularmente en algunas ocasiones de su historia), que tiene enormes recursos naturales y humanos, que su nivel de endeudamiento público (tanto en moneda local como extranjera) en relación a su PBI y a deuda por habitante es uno de los más bajos del mundo (cuando actualmente más de la mitad de los países del planeta afrontan diversos problemas de deuda pública gravísimos en algunos casos) y que, aun con delicados problemas macroeconómicos que corregir, dispone de instrumentos de política económica suficientes para su corrección. Es cierta la necesidad imperiosa de activar la inversión (pública y privada) que permita tramos expansivos de desarrollo para hacer sostenible un modelo de crecimiento inclusivo, pero esa inversión no debe ser de tipo especulativa. La Argentina ha desarrollado en los últimos cinco años un fuerte atajamiento de esa inversión transitoria, financiera, que especula durante un corto plazo y retira los dólares repentinamente exponiendo al sistema a desequilibrios cambiarios (la crisis del dólar y sus corridas respectivas con impacto político e inflacionario). Esto le ha permitido amortiguar los efectos y el uso político que estos fenómenos producen. Vemos un ejemplo: Brasil, sometido a fuertes presiones con fuga de capitales y debilitamiento intenso de su moneda –el real– y una seria crisis política por un escándalo de corrupción en su compañía estatal Petrobras. Contrastemos ahora con México, un Estado fuertemente deteriorado, invadido por el narcotráfico y la corrupción generalizada, también con una gran compañía petrolera estatal que mediante decreto del año 2013 el actual presidente abrió al capital privado y que es expuesto en el mundo financiero como un ejemplo, cuando en realidad su deuda externa se ha duplicado entre los años 2009-2014 y continúa en aumento. Por eso, es interesante saber que actualmente fondos especulativos (de cobertura en su disposición técnica) sobrevuelan Buenos Aires, contactándose con asesores económicos de los candidatos presidenciales y ofreciendo “inversión extranjera” o asistencia financiera a través de la compra de deuda que el país emitiría bajo nuevas condiciones de mercado, devaluación mediante. Por supuesto esos inversores contratarán la consultoría mensual de estos asesores y economistas (algunos de los cuales vemos en los canales de televisión y radio a diario), que podrían resultar funcionarios con poder de decisión en el gobierno futuro. Así, el argumento que diario escuchamos es el de “volver al mundo”, dado que estamos fuera del él. ¿Será que nuestros socios comerciales (China, Brasil, Rusia, países de Oriente y América Latina) no son nada, no tienen incidencia en la economía mundial y menos aun influencia política alguna?, ¿no son el mundo que marcha hacia adelante? Es por eso que debemos estar atentos a qué endeudamiento nos proponen los candidatos y bajo qué condiciones pretenden arreglar con los fondos buitre, en tanto un 93% de nuestros acreedores ha confiado en la propuesta de pago que hemos ofrecido y estamos pagando. El bocado es grande para el comedor, pero atragantarse nuevamente sabemos que genera una indigestión que nos está llevando décadas superar. (*) Abogado. Docente de grado y posgrado en la Facultad de Economía de la UNC


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