El cupo: la argucia que tuvimos que inventarnos

Datos

Los cupos de género no deberían existir. Son una argucia legislativa que tuvimos que inventarnos para ejercer nuestro derecho a ocupar espacios de poder. Una manera de forzar la equidad en una sociedad atravesada por el machismo.
Porque, si las mujeres somos la mitad de la población, ¿cómo es posible que ese porcentaje no pueda trasladarse a los órganos de gobierno, a la justicia, a los sindicatos o a las empresas?
El 30% de piso que aprobó Argentina en los 90 y que fue pionero en Latinoamérica sirvió, pero demostró que aún estábamos lejos.
Fuimos por más. En la región se aprobó la paridad de representación para las listas de diputados y lo mismo ocurrió, de manera un poco más tardía, en el Congreso nacional. Hay otros ámbitos que aún se mantienen reacios a incorporarla.
Un dilema falso
Toda vez que se puso el tema en debate, sus detractores jugaron la carta de la meritocracia. La idoneidad es una cualidad que suele recordarse cuando una mujer exige representación.
El dilema, además, es falso porque los cupos generaron justamente lo contrario. En los países anglosajones lo llamaron “la crisis del hombre mediocre” porque la reducción de espacios generó mayor competencia para acceder a los puestos expectantes y, en consecuencia, promovió la llegada de aquellos más preparados.
También demostró que la presencia de mujeres modifica las agendas. ¿O van a ocuparse los varones de promover una ley para quitar el IVA de los productos de gestión menstrual? ¿Está en su lista de prioridades la exigencia de salas de lactancia en los lugares de trabajo? ¿Por qué si los sindicatos están mayoritariamente conducidos por varones no han pedido la extensión de la licencia por paternidad en los convenios colectivos?
Los cupos no deberían existir, es cierto. La desigualdad de género tampoco.
Y mientras la cosa no cambie, disculpen pero los vamos a imponer hasta en los programas de televisión.

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