El hospital de Allen, modelo de toda una época

Se refleja en una reseña publicada en México.

¿Reliquia arquitectónica o ruina por demoler? El edificio del hospital de Allen, uno de los primeros de la región, fue incluido en la reseña “Registro del sistema arquitectónico de pabellones en hospitales de América Latina”, publicada por la Universidad Nacional Autónoma de México. En el trabajo colaboró el profesor de Historia de la Salud de la Universidad Nacional del Comahue Roberto Balmaceda, autor de notas y estudios sobre el tema. El sistema de edificios hospitalarios en pabellones fue analizado en el libro coordinado por María Lilia González Servín, que analiza casos de Argentina, Brasil, Chile, Ecuador y México y que es el primer tomo de una colección sobre el tema. Está disponible para consulta en la Biblioteca del diario “Río Negro”, en Roca. En el trabajo se explican las razones que llevaron, hace más de un siglo, “a diseñar hospitales en pabellones, como manera de garantizar aireación, de mejorar la habitabilidad, dotarlos de redes de agua abundante y priorizar un vínculo entre el espacio interior con el exterior”. En una palabra, eran pensados desde la unión de los avances en la medicina y en la arquitectura. Una al servicio de la otra: edificios que contribuyeran a la recuperación de la salud. Los pabellones estaban pensados como clínicas diferenciadas por tipos de enfermedades, en un mismo predio, para optimizar recursos y controles. En el primer capítulo, Roberto Balmaceda se refiere a los asilos y hospitales con sistema arquitectónico pabellonado fundados por el médico Domingo Cabred en la Argentina entre 1890 y 1938, y que fueron declarados patrimonio cultural hospitalario. Fueron construidos bajo la idea del “higienismo”, una corriente de pensamiento médico que impulsaba que el Estado se involucrara en nuevas problemáticas, y que derivó en la habilitación de miles de camas hospitalarias. Esto incluyó varios establecimientos en el interior del país, en regiones donde no existían lugares de internación de ningún tipo o eran insuficientes, como el Chaco y la Patagonia. El contexto era el de la emigración masiva de millones de europeos hacia otros continentes. En Argentina la ampliación efectiva del territorio y el fin a los conflictos políticos interiores con la capitalización de Buenos Aires y su consecuencia, la modernización del Estado. En ese clima, la desigualdad social y la pobreza urbana amenazaban los planes de desarrollo del liberalismo, por lo cual se impulsó la inversión estatal en áreas de salud y educación. Domingo Cabred, médico, psiquiatra, sanitarista y docente correntino, fue quien –tras un viaje a Europa– trajo al país el modelo de hospitales pabellonados, sin rejas y rodeados de jardines, que reemplazaron a los psiquiátricos tipo cárceles. Cita Balmaceda la construcción del hospital de Chaco, en Resistencia, y los siguientes en La Rioja, Bell Ville –Córdoba–, Allen –Río Negro–, Güemes –Salta–, Concepción del Uruguay –Entre Ríos– y Bariloche, construido tras la muerte de Cabred, entre otros. En el final del capítulo, luego de debatir el olvido y la memoria, se pregunta por qué recordar estas realizaciones. Responde que los hospitales, como bienes sociales, forman parte del patrimonio cultural. Reivindica especialmente la figura de Domingo Cabred, no sólo en lo que respecta a la construcción de los hospitales sino también a la organización de la Comisión Asesora de Asilos y Hospitales Regionales, a la organización administrativa, burocrática y técnica de esas instituciones, trabajos que le valieron el reconocimiento de científicos y hasta de presidentes del país y de América. Su personalidad vehemente, por su parte, le valió críticas y detractores pero, en definitiva, sus decisiones audaces contribuyeron a sentar “las bases de la Salud Pública del continente”, afirmó Balmaceda. El volumen se completa con trabajos de Gabriela Eda Campari Fado, Ana María Reyes, María Teresa Egozcué, entre otros argentinos y de unos 15 especialistas de Brasil, Chile, Ecuador y México.


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