El pacto comunitario de las bibliotecas populares

Las bibliotecas populares hace ya tiempo que dejaron de ser sólo silenciosos reductos de lectura. Convirtieron sus espacios en escenarios colectivos de aprendizaje, comunicación y cultura.

Ya fue dicho y repetido cientos de veces: el libro impreso atraviesa la crisis más desafiante en siglos de historia. Pero ocurre también que en algunos ámbitos goza de un atractivo a prueba de malos pronósticos. No son enclaves de resistencia, ni de nostalgia, sino espacios plenos de sensibilidad, en los que el amor por los libros fluye con libertad y sin complejos.

Las bibliotecas populares construyen cada una su camino a fuerza de trabajo voluntario, donaciones de libros, elaboración de “proyectos” y carpetas para lograr el alivio de un aporte estatal y también del impulso de juntarse, para dar capacitaciones, realizar campañas y discutir sobre el futuro.

El espíritu es el mismo de siempre: trabajo comunitario por la cultura y el conocimiento. El disparador puede ser una iniciativa barrial, o escolar, que después es “apropiado” por universos más vastos y ya no se detiene.

En Bariloche existe desde 2014 la Red de Bibliotecas Populares, que integra a 13 instituciones de distinto tamaño, y que se presentó en sociedad con un reclamo directo y enfático al gobierno provincial para que cumpla con la ley 2.278, que prevé subvenciones para el pago de personal y para la compra de libros. Hasta hoy no tuvieron respuesta alguna.

Hay bibliotecas de larga tradición como la Sarmiento, en el Centro Cívico, que está a punto de cumplir 90 años y cuenta con 40.000 libros. O también la “Raúl Alfonsín” que pertenece al municipio, tiene 18.500 volúmenes inventariados y recibe decenas de lectores cada día. Aunque no es estrictamente una biblioteca popular.

Esta última categoría sí comprende a otras que son verdaderos puntos de referencia barrial, como la Néstor Kirchner de Nahuel Hue; la Ruca Quimn, del barrio Elflein; la Aimé Painé de Virgen Misionera; la Carilafquen de Villa Los Coihues o la Jorge Luis Borges del barrio El Cóndor, que funciona en un viejo contenedor adaptado.

Un caso especial es el de la biblioteca “Énfasis en el papiro dorado”, que nació en el hospital zonal como “dispositivo terapéutico” del área de Salud Mental, pero que está abierta a cualquier interesado, especialmente a los pacientes que esperan por su turno.

En todas ellas la propuesta común es el placer de “navegar” entre libros, metáfora que les cuadra igual o mejor que a la red Internet.

Miriam Franco es bibliotecaria con experiencia en la Fundación Bariloche y en el Centro Atómico y una de las impulsoras de la red. También es docente de su especialidad. Reconoció que las bibliotecas “a veces son difíciles de sostener en el tiempo” y que la falta de espacio físico, con ingreso independiente, baño y otras comodidades, es una de las principales carencias que suelen enfrentar.

Otra es la de darse una organización institucional sólida, con personería, socios, registro de reuniones, contabilidad al día y otros requisitos que son indispensables para recibir ayuda oficial.

Aclaró que así como es difícil llevar adelante una biblioteca “siempre se están abriendo nuevas”. Según Miriam “el libro no va a desaparecer y hoy convive perfectamente con Internet”. Dijo que “hace añares que lo dan por muerto”, pero sobrevive porque “tiene un valor cultural en si mismo” y la gente, aunque lea poco, “no tira libros y si ya no los puede tener les busca un destino. Dona, regala, pero no tira”.

El sostenimiento cuesta y en cada una de las bibliotecas comunitarias hay largas y azarosas historias para contar. Cada una con su escala, la tendencia es a incorporar otras actividades culturales, como talleres, apoyo escolar, cine y otros espectáculos.

El presidente de la Biblioteca Sarmiento, Gonzalo De Estrada, dijo que hoy ya no tienen espacio y por eso son más selectivos en la recepción de donaciones. La Sarmiento es tal vez el ejemplo más claro de polo cultural diversificado, porque cuenta con una sala de teatro y aulas que sirven para el dictado de cursos de todo tipo. Los ingresos por esos rubros ayudan a sostener la estructura, que comprende 4 empleados fijos y entre 6 y 8 temporarios. Igual algunos de los sueldos los paga la provincia, mediante un convenio con Educación. El municipio los ayuda con las facturas de luz y gas, y otra parte de los recursos provienen de los 1.800 socios, que pagan una cuota de 40 pesos mensuales.

De Estrada dijo que la biblioteca Sarmiento se mantiene porque “cumple una función social, porque garantiza el acceso al libro masivo y gratuito, y también porque el espacio físico genera sentimiento, por las maderas originales, el entorno y el paisaje”. Igual consideró que “es necesario cambiar”, por eso incorporaron computadoras y piensan en habilitar espacios físicos “ruidosos”, donde la regla no sea la lectura silenciosa.

Algunas historias

La biblioteca del hospital está abierta de 9 a 14 y tiene tantos libros que no los puede ofrecer todos. Algunos están “en depósito” y rotan con los exhibidos en el salón. Victoria Chiguaipil, una de las bibliotecarias, dijo que casi todos provienen de donaciones y sólo hubo “dos compras” puntuales de libros de Patagonia.

La biblioteca nació hace ocho años “de la idea loca y descabellada de Susana López”, quien estaba a cargo de Salud Mental, contó Victoria. Dijo que “cualquiera se puede asociar” y que no cobran cuota, “sólo algún producto de almacén”.

Aseguró que el espacio a veces les queda chico y que “mucha gente, cuando sube y ve lo que es esto, no lo puede creer”.

En Los Coihues la biblioteca Carilafquen es un punto de convergencia muy fuerte y forma parte de la identidad barrial. Uno de sus fundadores, Alejandro Verné, dijo que mucho de eso se debe al esfuerzo puesto por los propios vecinos, no sólo con el aporte de libros sino también en la construcción de la sede, que fue levantada en 2001, cuando la “biblio” tenía ya cinco años.

“Si crecemos es por el arraigo territorial y por el apoyo grande que hay de la comunidad”, aseguró Alejandro. La biblioteca es de las pocas que funciona como organización social “extraterritorial” y participa con bandera propia en marchas por los derechos humanos y otras reivindicaciones. Todo, aclaró Alejandro, se decide en asambleas porque más allá de los cargos para cumplir con “personas jurídicas”, se trata de un proyecto “horizontal y colectivo”.

Admitió que el libro “parece tener una enfermedad terminal” pero todavía van muchos chicos con consultas específicas o atraídos por las clases de apoyo escolar. Además dan talleres y ciclos de espectáculos gratuitos, con la mira puesta en “fomentar la palabra”. El sostén principal es el trabajo voluntario y los recursos provienen de una pequeña cuota (tienen 400 socios) y ahora buscan reunir los requisitos para postular a subsidios de Conabip y del Fondo Nacional de las Artes.

“Acá vienen chicos que me dicen tengo 3.500 amigos en Facebook. Y les respondo que yo tengo dos. Hay palabras que van perdiendo su significado profundo”.

Eduardo Ehlers, director de la biblioteca Raúl Alfonsín.

“Las bibliotecas atienden un servicio que debe cubrir el Estado, entonces el aporte del municipio no sería una dádiva”.

Daniel Natapof, concejal.

La cifra

Como los bomberos

La posibilidad de tener un ingreso económico estable y suficiente para funcionar sin sobresaltos es el desvelo de todas las bibliotecas. Por eso desde el año pasado la expectativa está puesta en un proyecto de ordenanza para crear un aporte voluntario, incluido en la boleta de tasas municipales.

Algo así como ocurre con los bomberos, que tienen una alta recaudación porque se cobra con la factura de luz.

“La biblioteca en la actualidad funciona más como una institución social y a veces el libro es sólo una excusa, pero aun así todavía significa ‘acceso a la cultura’ –dijo Miriam Franco–. Los que más van a la biblioteca son los chiquitos y los adultos mayores. El rito esencial no se modificó y por eso el Estado debería estar más presente”.

La ordenanza de salvataje económico que se discute

El gobierno nacional presta asistencia a las bibliotecas a través de la Conabip (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares), que otorga subsidios anuales para funcionamiento y para comprar libros. En Río Negro existe también el “sistema provincial de bibliotecas”, que prevé aportes por categorías, pero no se aplica.

A nivel municipal sólo existe un aporte regular fijado por ordenanza para la biblioteca Sarmiento y desde el año pasado está en estudio un proyecto presentado por el concejal opositor Daniel Natapof que crearía un fondo para bibliotecas sostenido por todos los contribuyentes bajo la figura del “donante presunto”, es decir que todos aportan, salvo que pidan expresamente su exclusión. La distribución del dinero sería de acuerdo a un puntaje conformado con distintas variables como cantidad de socios, cantidad de días de atención al público, titularidad del edificio, personería en regla y otros.

Natapof dijo que la iniciativa “tuvo opinión favorable de la jefatura de gabinete”, pero luego surgieron “objeciones técnicas por la complejidad de la figura del aporte voluntario”. El oficialismo sólo estaría dispuesto a aprobarlo con importantes cambios. “Hoy está literalmente frenado por una cuestión operativa, porque dicen que es complejo incluirlo en la boleta de las tasas”, dijo el concejal. Aseguró que el esquema propuesto “funciona muy bien en Villa La Angostura”.

Datos

“Acá vienen chicos que me dicen tengo 3.500 amigos en Facebook. Y les respondo que yo tengo dos. Hay palabras que van perdiendo su significado profundo”.
“Las bibliotecas atienden un servicio que debe cubrir el Estado, entonces el aporte del municipio no sería una dádiva”.
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instituciones integran la Red de Bibliotecas Populares creada en Bariloche en el 2014.

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