Emociones, una parte fundamental de la educación
En esta oportunidad, la psicopedagoga Laura Collavini nos habla de la importancia de hablar sobre las emociones, y hacerle entender a nuestros hijos la relevancia que tienen en la vida diaria.
La semana pasada analizamos un poco esto de “los berrinches y las formas de evitarlo” y mencionamos el tema de las emociones. Estamos en una época que todos las nombramos, pero poco lugar se les brinda.
Ellas, dueñas de un poder inigualable, son las ninguneadas, reprimidas y maltratadas. Hablar de emociones en muchos ámbitos es generar una incomodidad que no se puede tolerar. Cambio de postura, sonrisa, chiste para salir de la situación. Allí, conversar acerca de las emociones es símbolo de debilidad, con una sensación de quedar expuesto y sin armas.
En muchos contextos familiares sucede esto, no se la toma como una variante en la relación ni en las reacciones y conductas. “Se porta mal: castigo. Se porta bien: premio. 2+2 son 4 y en esta casa las reglas las pongo yo. Te guste o no. Punto final”.
Si bien podría llegar a ser ordenador en un punto porque hay una cierta claridad de mensaje, obviamos preguntar qué es portarse mal y qué es portarse bien. ¿Por qué tiene una buen o mala nota?
En muchas ocasiones pasamos de decir todo que sí a decir todo que no, como si entre ambos puntos no existieran medios y escalas y por sobre todo negando a la persona que está en frente.
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Si le pega a un hermano a un amigo seguramente todos vamos a coincidir que no es una buena acción. No la vamos a aceptar. ¿Eso es sí o sí portarse mal, o es una acción socialmente no aceptada y que da cuenta que no logró manejar sus emociones?
Las emociones se educan, la educación no es represión ni libertinaje. Es transitar los puntos medios donde podemos abrir nuestra mente a lo que el otro tiene para decir y tomar una conclusión al respecto.
Para ejemplificar en forma clara esto voy a remitirme a algo muy concreto. Es sabido que en líneas generales en educación inicial, la sala de 2 años suele ser el ámbito donde más se podría llegar a morder, pegar o empujar. ¿Es casual? Claro que no.
A esa edad los niños están atravesando un cambio profundo de bebés a niños. Sus deseos de necesitar o querer algo son claros, pero aún la estructuración del lenguaje y de su personalidad (bebes, necesidad de satisfacción inmediata) no les permite aguardar frente a su par, esperar que termine de usar lo que tiene en su mano y pacientemente se lo de. Muchas veces la impulsividad hace que lo arrebaten sin mediar mirada y que el asediado responda con una mordida. Eso es esperado en ese contexto y a esa edad de la misma manera que un adulto deberá intervenir rápidamente para mostrarles que no es la forma, poner palabras a esa escena y revertir la situación. Dará origen a la frustración de alguno y se podrá decir que luego lo tendrá, nos aseguraremos como educadores que esto así sea y de ese modo damos lugar a la emoción y también a la reparación.

De esto se trata. Dar lugar a la ira, a la tristeza, al asco, al miedo y a la alegría. Todas nos pertenecen porque somos seres humanos con emociones. No somos máquinas. Sentimos, las emociones nos cuidan y tienen funciones primarias en nosotros. En las relaciones es interesante identificarlas para luego hacer algo sobre ellas para que sean socialmente aceptadas.
¿Una persona es madura cuando cumple una cierta edad o cuando puede hacerse cargo de sus emociones? Mirarlas de frente, identificarlas, reconocerlas y luego ver qué se hace con eso. Este es el camino de la educación donde el arte, el deporte y el juego son fundamentales ya que nos ayudan a transformar la ira en palabras, en dibujos o en canciones. La frustración es parte de la vida de la misma forma que lo son la muerte y la alegría.
“Decime, ¿por qué hiciste eso?” dice un padre ofendido. “¿No tenés todo acaso? ¿Qué te falta? Tenes casa, comida, estudio, tenés para vestirte… ¿Por qué hiciste eso?”. Obviamente no se espera respuesta. Se descarga culpa y no se escuchó antes cuál fue el conflicto que desencadenó la respuesta “portarse mal”.
Muchas veces pregunto a los padres si hablan de sus emociones en casa. De sus dudas, pequeñas frustraciones diarias y convencionales, la emoción que les causó algo. La respuesta suele ser “no”. Ampliada sería “no, no lo hago ni en casa ni fuera de ella”. Y ahí tenemos gran parte de la solución. Lo que sabemos de memoria: educar con el ejemplo.
Tal vez no se trate de trabajar hasta quedar extenuados sin ganas de hablar cuando lleguemos a casa. Tampoco de creer que nuestra época fue la mejor y las de ahora un desastre. Ejercer la maternidad y paternidad tal vez es un desafío. Mirar a nuestro hijo sin juzgar ni exigir. Tal vez sea mirar la singularidad de un ser que vive y siente como ningún otro. Que necesita un abrazo fuerte lleno de amor y que después le diga “te extrañé, qué lindo que sos mi hijo”. Que el “cómo te fue hoy” sea honesto sin esperar un “bien” como respuesta sino la invitación a unos minutos de charla donde se sume cómo me fue a mí.
Sin exigencias estrictas se desarman las defensas, da la posibilidad de conversar las dudas en un mundo que sabemos que es complejo y en cambio constante. Desde ahí es mucho más sencillo llegar a acuerdos. Cuando le digo a mi hijo que tiene que estudiar, que vea el horario pero que tiene que estar hecho porque es su obligación… Todo eso, mejor que suceda después de las muestras de afecto.
¿De verdad creemos que la felicidad la da un 10, ser abanderado, darles el último celular o la cantidad de links? Si existe la posibilidad de “felicidad” considero hoy que está asociado con plenitud y que esta se va alcanzando con una mirada interna, con un aprendizaje constante y un orgullo de sentirme “ser humano”.
La semana pasada analizamos un poco esto de “los berrinches y las formas de evitarlo” y mencionamos el tema de las emociones. Estamos en una época que todos las nombramos, pero poco lugar se les brinda.
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