La Peña: Los necesitados de aire y la vereda de los juegos
En la bicicletería había un cartel bien claro que decía “el aire no se cobra”, de modo que no había excusas para no responder a cada pedido.
Mi casa era la casa de un laburante. Si no golpeaban las manos por un inflador, venían a pedir la aguja para inflar la pelota de fútbol o el profesor de volley que mandaba a sus alumnos a que le inflaran las pelotas de fútbol.
Y venían con un discurso que hasta causaba gracia. “Dice el profe si por favor le convida un poco de aire”. Mi padre era el dueño del compresor, pero los ejecutores de las infladas de medio pueblo éramos sus hijos que estábamos todo el tiempo atendiendo esa demanda a cambio de nada. Para colmo en la bicicletería había un cartel bien claro que decía “el aire no se cobra”, de modo que no había excusas para no responder a cada pedido.
Pero algo estaba claro en el mundo de los necesitados de aire. De siesta no se podía molestar, era un tiempo sagrado y había que respetarlo.
Pero no bien el reloj marcaba las 4, aparecían como hormigas pidiendo aire.
Los días post Reyes o post Navidad, o post Día del Niño eran un clásico. Se llenaba la vereda de casa con niñas y niños que habían recibido algún regalo que necesitaba del aire para funcionar. Pero era divertido porque esa vereda era un lugar donde era costumbre juntarse y siempre podía surgir algún juego o alguno que quisiera estrenar su pelota flamante. Era común también que los que invitaran a jugar te sugirieran que le pegaras despacio a la pelota porque era nueva.
Así fue mi barrio. Muchos chicos y todos con ideas del momento para salir a jugar. Si no era la bici o la pelota eran las figuritas, los autos en el cordón de la vereda, el karting de madera y rulemanes, que como los barriletes, debían ser artesanales porque sino era mucha ventaja respecto del resto. Había kartings que eran demasiado para una competencia en la que muchas veces los artesanales se desarmaban al primer empujón.
Pero si no había juegos tradicionales no faltaban los siempre verdes, los paraísos que ponían en marcha el ingenio más peleador. La infancia era eso, jugar.
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