Estigmas: la importancia de cómo decimos las cosas

En esta oportunidad, la psicopedagoga Laura Collavini nos invita a reflexionar respecto a las cosas que expresamos frente a nuestros hijos. Los modos, el uso de frases hechas, y cómo ello puede repercutir a futuro.

Qué y cómo lo hacemos puede ser la clave. “Habla cuando tus palabras sean tan dulces como el silencio”. Romántica frase que no siempre podemos cumplir… ¿Y deberíamos?


Porque no siempre el silencio es dulce ni sería necesario que las palabras así lo fueran. Ingresando a cierto análisis podemos distinguir entre palabras dulces y decirlas con dulzura.

Hay palabras dulces que suenan como lija y supuestas “insultos” que nos hacen reír. No son las palabras las que lastiman sino cómo se dicen. Y es importante que aclare que no sólo hablan las palabras. Lo hace nuestra mirada, nuestros gestos, la postura. Nos comunicamos con todos los sentidos.

En ocasiones no nos fijamos cómo le hablamos a los niños, a nuestros hijos o ni cómo nos referimos hacia ellos. Mientras tanto ellos están atentos a cada movimiento nuestro porque los definen, les dicen quienes son, qué se espera de ellos. Nuestra comunicación, guía y el modo en que lo hacemos puede llegar a estimular o esclavizar.

“¡¡¡Mamá mira!!!”, repiten una y otra vez, casi hasta el agotamiento, buscando el límite de lo humano. Y allá vamos, a observar cómo se sumergen en el agua un segundo más que la última vez. Esperan nuestra aprobación y felicitaciones. “Papá, vení” dicen, justo cuando los ojos se estaban cerrando.

Las charlas dulces, o las muestras de cariño, traen otro tipo de comunicación.


El saludo de la mañana no sólo con un “hola” sino también acompañado por una mirada de amor, con una caricia, forman parte de los pequeños gestos que cada uno pueda dar para decir que es bienvenido a la vida, que es una alegría tenerlo.

Los adjetivos calificativos que solemos utilizar en la comunicación entre padres e hijos pueden estar cargados de mandatos. Fuertes. Intensos.

¿Quieren que ejemplifique para distender y reírnos de nosotros mismos? “No le da mucho el bocho”. “Es una ojota”. “Es sumamente inteligente”. “Es el que me da más trabajo”. “Es mi compañera”. “Es el abuelo en pinta”. Puedo seguir y tal vez a ustedes también se le despertó el recuerdo de frases dichas o recibidas. La utilización de la palabra “Es” en vez de “Suele ser, disfruta en ocasiones o tiene similitudes a…” implica casi una ley a ser cumplida, una constante que esclaviza, no ofrece modificación a cambio.

Los hijos, consciente o inconscientemente van a hacer lo que se espera de ellos, eso que decimos sin pensar, incluidas las contradicciones entre padres.


Una experiencia a modo de ejemplo: Mis papás solían decirme que tenía mal carácter. De chica no entendía a qué se referían. No sé si habré preguntado. Pero era realmente algo que me incomodaba escuchar, no sabía que tenía que hacer para tener un “buen carácter”, que a ellos les agrade. De adolescente lo seguía escuchando y pude llevar esta preocupación a terapia.

Comencé a observar que me decían esto cuando discutía con ellos acerca de algún tema que les molestaba. Eran temas que en general a mí me irritaban, entonces hablaba y hasta gritaba con pasión. En general no había acuerdos… y todo terminaba en un portazo. Ellos en su postura y yo en la mía.

Comencé a ver entonces que lo que ellos no comprendían es que estaba marcando una posición en la vida muy diferente a la de ellos (no implica ni mejor ni peor) y mi supuesto mal carácter era una demostración de una fuerte personalidad.


Si no hubiese transitado por terapia tal vez hubiese comenzado a ser más sumisa para asegurarme agradar y llegar al preciado “Buen carácter”.

Las estigmatizaciones, cuando las visualizamos, las hacemos conscientes y ya no atrapan ni esclavizan. Están ahí para mirarlas y elegir qué de todo lo que me fue ofrecido necesito para seguir creciendo en mi elección de vida.
Para cerrar voy a hacer referencia a otro refrán: “El saber es poder”. Hagamos referencia al saber acerca de nosotros mismos.


Qué y cómo lo hacemos puede ser la clave. “Habla cuando tus palabras sean tan dulces como el silencio”. Romántica frase que no siempre podemos cumplir… ¿Y deberíamos?

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