¿Ganará el proyecto de ley y orden o el regreso del bienestar?
Las materias pendientes (salud, inmigración) son un escenario difícil para Trump, mientras el “tío” Biden representa continuidad y cambio sin la radicalización de Sanders.

Responder a la pregunta ¿quién podría ganar las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos? nos lleva a especular con argumentos provenientes de distintas dimensiones: sociales, políticos, sanitarios, económicos, históricos, culturales y, en particular, subjetivos. En los últimos meses, las maniobras políticas erráticas y las “animaladas discursivas” están colocando la reelección de Donald Trump, en el borde de un precipicio. Caída que lo llevaría a engrosar la lista de los 10 presidentes estadounidenses que no obtuvieron un segundo mandato.
La serie de “pifias” denotan su falta de sensibilidad social y situó las cosas del cotidiano fuera de control: mal manejo de la pandemia y las protestas contra la desigualdad racial y social. Mientras que Joe Binden en instancias de su nominación Demócrata presentó un discurso mesurado, de unidad nacional desde un centrismo pragmático, atrayente para Estados “pendulares”, en particular California, y clases media blancas y trabajadoras.
Ante la presencia del covid-19 y la ausencia de una política nacional para hacerle frente alcanzó fuertes críticas de la clase política, de organizaciones sociales, del personal de la salud y, en especial, de los medios de comunicación. Cada Estado adoptó distintas medidas con resultados diversos. Esta situación convierte a EE. UU. en la primera nación en número de infectados y muertos. Mientras Biden en su alocución prometió una estrategia desde la administración central para hacer frente al flagelo, en empatía con los que perdieron familiares.
Ante las protestas masivas, tras el asesinato de George Floyd en manos de la brutalidad policíaca, Trump reiteró sus actitudes intransigentes replicando con acciones represivas. Por ello fue cuestionado por políticos y miembros del ejército. No buscó dar respuestas a las “heridas” raciales y sociales, sino que transfirió la responsabilidad a los gobernadores, centrándose en los saqueos y calificando de “terrorista” a los manifestantes. Aunque estas acciones encarnan en el “modelo cognitivo cultural racista” de Estados Unidos que reclama orden. Mientras Biden prometió reconstituir la seguridad social, sin cobertura universal en salud y la obligación del Estado con la tercera edad, pero no es suficiente para captar los votos de jóvenes de izquierda.
Las materias pendientes -salud, inmigración- son un escenario difícil para Trump, donde visiblemente votos republicanos se van calcinando en los sectores medios blancos que lo votaron en el 2016, entre los hispanos, en las clases trabajadoras, en la comunidad afroamericana, en las organizaciones religiosas.

Mientras la candidatura del “tío” Biden aumenta sus posibilidades electorales dado que representa la continuidad y el cambio sin la radicalización que representaba Sanders.
“Progresistas” y “moderados” buscan terminar con la división y el miedo. Su compañera de fórmula, Kamala Harris, de ascendencia negra y asiática, joven, decidida, agresiva y senadora de un Estado económicamente dinámico, puede hacer la diferencia.
No obstante, Trump podrá utilizar a su favor los tibios cambios en la economía, cuando todo encaminaba a la Gran Depresión comienza a estabilizarse y mejoran las cifras del desempleo. Los acuerdos comerciales y “una nación en paz” son los pilares de su política exterior. Mientras Biden promete acercarse a aliados tradicionales y no coquetear con dictadores, incentivar el sector manufacturero/tecnológico, atender a las clases trabajadoras y resolver las brechas económicas raciales.
Pero el detalle no menor a poner en consideración, aunque no tan debatido, lo constituyen las subjetividades políticas y el comportamiento de dirigentes políticos estadounidenses. Republicanos de vieja tradición partidaria y en la representatividad ciudadana han anunciado a viva voz que votaban por la fórmula demócrata.
Un empresario devenido en político no es novedad en la vida política norteamericana.
Ejemplos de ello son Hoover, ingeniero en minas, y los Bush, vinculados a la industria del petróleo; pero un outsiders “sin filtro” como Trump, que les capturó el partido, hoy es un problema.
Desplazarlo en noviembre implicaría recuperar la dirección partidaria y la mayor representación en el Congreso en las elecciones de medio término. Parecería perentorio conservar el bipartidismo en el sistema político en un contexto de crecientes demandas sociales.
Trump y Biden entraron en tiempo de descuento: expectativas, descalificaciones por doquier, sufragios efectivos, colegio electoral y, por qué no, la Suprema Corte de Justicia. Triunfará el país de la ley y el orden o la promesa de reconstrucción del bienestar social demócrata. Las razones y las disyuntivas están expuestas y el 3 de noviembre sabremos quién será el próximo presidente de los Estados Unidos.
* Historiadora y escritora rionegrina.
Una versión preliminar de este artículo se publicó en Huellas de Estados Unidos, Nº 19, Bs. As. Octubre 2020.
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