La lucha inmigrante en Bariloche por lograr el respeto social
Desde siempre Bariloche fue multicultural, aunque esa realidad no bastó para limar exclusiones ni estereotipos negativos, en particular en perjuicio de las colectividades latinoamericanas.
La lucha inmigrante en Bariloche por lograr el respeto social
Un rasgo destacado de la sociedad barilochense fue desde siempre su multiculturalidad. La inmigración de distintos orígenes la convirtió en un centro cosmopolita, con un pasado (y un presente) en permanente construcción.
Para muchos migrantes la condición de extranjería fue motivo de señalamiento y exclusión. Otros la asumen con orgullo y se organizan para preservar y exponer sus tradiciones. Día a día pugnan en forma silenciosa por acceder a su “legitimidad ciudadana” y lo que el sociólogo y filósofo Henri Lefebvre definió años atrás como el “derecho a la ciudad”.
No hace falta recurrir a las cifras para comprobar que la inmigración a Bariloche fue predominantemente europea en el período de entre guerras y aun después de la Segunda Guerra, hasta los años 50.
De aquella época quedan fuertes huellas en la arquitectura y la toponimia callejera, y especialmente en la Fiesta de las Colectividades Europeo Argentinas, que está instalada desde hace casi 40 años en la identidad barilochense.
Esa fiesta vino a congelar una realidad de otro tiempo y excluye a las numerosísimas representaciones de países latinoamericanos. A partir de los 70 la principal oleada inmigratoria fue la chilena, por razones económicas y políticas. Y en los últimos 20 años predominó la llegada de bolivianos y paraguayos.
En su mayoría esos grupos valoran la receptividad encontrada en Bariloche, buscan mantener sus oficios, se integran a la trama social y le aportan marcas indelebles. Desde hace varios años la fiesta patria chilena del 18 de septiembre no pasa desapercibida para el barilochense medio, cualquiera sea su origen.
De a poco comienza a ocurrir lo mismo con las celebraciones de la virgen de Caacupé (patrona de Paraguay), cada 8 de diciembre, y de la virgen de Urkupiña (originaria de Cochabamba, Bolivia), los 15 de agosto en el barrio San Francisco I.
Según lo destaca la investigadora del Conicet y la UNRN Ana Inés Barelli en un trabajo sobre el tema publicado en 2014 esas prácticas religiosas ““pusieron en funcionamiento una serie de vínculos interpersonales de confianza, solidaridad y acompañamiento mutuo” entre los migrantes bolivianos y paraguayos.
Esos rituales les permiten “lograr visibilidad en la comunidad barilochense” y al mismo tiempo ofician como una “reivindicación colectiva”, desde la cual es posible “denunciar la exclusión social, el abuso laboral y la discriminación”, señala Barelli.
Casi uno de cada diez
Si bien no registra crecimiento, el número de extranjeros en Bariloche se mantiene claramente por arriba de la media nacional. En el censo 2001 representaban algo menos del 10% de la población total y en 2010 la proporción bajó al 8,8%. El promedio en todo el país es del 4,5%.
La delegación local de Migraciones (que tiene jurisdicción en toda la Región de los Lagos, desde Junín de los Andes a Esquel) contabilizó en el período marzo 2007/marzo 2017 la radicación de 6.899 personas, de las cuales el 60,1% son procedentes de países limítrofes y el 17,7% del resto de Latinoamérica.
De Europa sólo provienen el 16,2% de los inmigrantes de la última década y un 5,9% corresponden a otros países, con predominio de Estados Unidos (4,9%).
El delegado de Migraciones, Diego Puente, dijo que el asentamiento de ciudadanos chilenos disminuyó en los últimos años pero no se detuvo. “Siguen llegando, influenciados por familiares y amigos que ya están radicados”, aseguró.
Señaló también que el número de radicaciones totales aumenta en forma regular “entre 8 y 10% de un año al otro”, con predominio de los países del Mercosur. Dijo que en los últimos tres meses se multiplicaron los trámites por las versiones de que la Argentina adoptaría una legislación menos amigable para los inmigrantes.
De todos modos aseguró son pocos los residentes extranjeros en situación irregular y que en el promedio “no es notoria la demora” entre el ingreso al país y la formalización en Migraciones. Puente recordó que años atrás se les exigía estar casados con cónyuge argentino o contar con un contrato laboral. De ese modo, por ejemplo, llegaron muchos chilenos especialistas en carpintería. Pero hoy esos requisitos ya desaparecieron.
Tensiones
En Bariloche se cruzan “varias historias” que tienen un trasfondo étnico y cultural “latente”, según lo señala un dossier publicado en 2015 por Brenda Matossian, doctora en geografía e investigadora del Conicet.
La especialista lo describe como un cruce entre un concepto que “buscaba un poblador ideal, blanco y europeo” y “la presencia ‘problemática’ de ciertos ‘otros’, vistos como vecinos menos legítimos, dentro de los cuales los migrantes chilenos se han destacado por cargar con un fuerte estereotipo negativo”.
Hizo notar sin embargo que en relación con el universo de extranjeros la población originaria de ese país redujo su peso relativo del 81 al 70% (entre el censo 2001 y el 2010), mientras que otros grupos como los bolivianos, paraguayos, brasileños y estadounidenses aumentaron el mismo período (ver cuadro).
El presidente del Círculo Chileno Gabriela Mistral, Germán González, calculó que en Bariloche viven unos 12.000 “compatriotas”, quienes ingresaron en los 70 y 80 y se asentaron en su mayoría en el Alto de la ciudad. Dijo que llegaron para trabajar en construcción, gastronomía y comercio en general. Dijo que los chilenos “más grandes” (no tanto sus hijos) son los que mantienen las tradiciones del pisco, las empanadas para el 18 de septiembre, los trajes típicos y el baile de la cueca. “Los más jóvenes ya bailan folclore argentino”, aseguró González.
También indicó que si bien el retraso económico de su país respecto de la Argentina ya no es tal, “la gente que se vino no quiere volver a Chile” y cuando lo hacen es “porque les quedó familia allá”.
La colectividad boliviana no está organizada formalmente, pero se nuclea en torno a sus fiestas típicas y también conformó una “murga de residentes bolivianos”, que participa en el carnaval.
Carmen Rosa Cabezas dijo que sus padres fueron impulsores de la organización de esa comunidad y señaló que “el problema de vivienda” es la dificultad más grande que encuentran para arraigarse en la ciudad. “La gente se viene igual, porque puede estar un poquito mejor que allá, y les alcanza el dinero”, explicó Carmen.
También destacó el acompañamiento que reciben del padre José Lynch, de la Pastoral Social, y aseguró que los bolivianos “sienten mucho la discriminación, en los trabajos, en la calle y especialmente los chicos en la escuela”.
La propia referente de la colectividad boliviana aseguró que en el último tiempo comenzó a pasar lo mismo con los jóvenes procedentes de Senegal y de otros países africanos que se dedican a la venta callejera. Señaló que esos casos reciben también un seguimiento específico desde la Pastoral Social.
Al decir de los expertos, la inserción de los migrantes en una sociedad receptora debe lidiar siempre con distintos grados de desigualdad y apunta en definitiva a lograr pertenencia, sin resignar identidad. Un proceso que en Bariloche se repite en miles y miles de pequeñas historias.
Orígenes y motivaciones
A la hora de analizar la composición del universo de migrantes en Bariloche, la investigadora Brenda Matossian identifica en los últimos años una “lenta diversificación”, que deja a un lado el predominio casi excluyente de población chilena.
Apunta además que hay “dos flujos bien diferenciados”, no sólo en función de su origen sino de las “motivaciones diferenciales que impulsaron su movilidad”.
En su trabajo “Derecho a la ciudad en San Carlos de Bariloche: inserción residencial y política de migrantes” (2015), Matossian distingue a “los migrantes de países vecinos, (que llegan) con motivaciones netamente laborales” de aquellos que provienen de países desarrollados, “atraídos por factores especialmente relacionados con una mejora de la calidad de vida”.
En su estudio señala que para examinar la inserción de los migrantes en la ciudad es indispensable tener en cuenta “su condición de clase, las redes sociales de ayuda y las políticas estatales respecto al mercado de suelo urbano y vivienda”.
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