La Peña: De los tiempos en que éramos recicladores sin saberlo

Éramos recicladores y no lo sabíamos. No pensábamos que el planeta lo necesitaba en ese tiempo. No se hablaba de la emanación de gases ni de la contaminación en el mar. Ni siquiera de las bolsas plásticas de supermercados.
Éramos recicladores por necesidad. Pero lo vimos con el tiempo, cuando el reciclaje se instaló en el mundo como un modo de salvar la tierra.
En casa se reciclaban las latitas de picadillo, porque servían para hacer los moldes de las tarteletas. Las latas de 5 kilos de dulce de batata servían para las tortas y según mi tía Negra eran los mejores moldes. Los vasitos de yogurt eran los vasos de los futuros cumpleaños.
Ni hablar de la ropa, todo servía para achicar con la máquina de coser de mi madre. Los pantalones se achicaban pero los bolsillos no. De modo que con un pantalón reciclado a mi medida seguía teniendo por dentro el bolsillo original. Podías meter la mano y tocarte las rodillas porque eran bolsillos enormes.
El aceite La patrona de cinco litros se convertía en una llamativa maceta amarilla. Aguantaban un par de años porque el óxido las destruía. Las latitas de polvo para hornear servían para las especias. A las cubiertas viejas de bicicletas se les sacaba los alambres de los costados y servían como una doble cubierta. Con esa estrategia las rosetas no podían pinchar la rueda cada rato.
Mi época y la de muchos no era la de la abundancia de envases. No había tanto pote de helado ni cosas por el estilo. Ni siquiera los hoy populares contenedores de plástico.
De una vieja toalla se hacía un trapo de cocina o un trapo de piso, pero las toallas y las sábanas se usaban hasta que estaban casi transparentes.
No se tiraban los trapos porque “para algo van a servir”, pero tampoco las botellas que si tenían tapa iban derecho al agua de la heladera. Claro, no había abundancia de botellas porque hasta el vino era con envase retornable.
Bastaba con pensar antes de tirar para poner en marcha la recicladora en casa.


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La Peña

Éramos recicladores y no lo sabíamos. No pensábamos que el planeta lo necesitaba en ese tiempo. No se hablaba de la emanación de gases ni de la contaminación en el mar. Ni siquiera de las bolsas plásticas de supermercados.
Éramos recicladores por necesidad. Pero lo vimos con el tiempo, cuando el reciclaje se instaló en el mundo como un modo de salvar la tierra.
En casa se reciclaban las latitas de picadillo, porque servían para hacer los moldes de las tarteletas. Las latas de 5 kilos de dulce de batata servían para las tortas y según mi tía Negra eran los mejores moldes. Los vasitos de yogurt eran los vasos de los futuros cumpleaños.
Ni hablar de la ropa, todo servía para achicar con la máquina de coser de mi madre. Los pantalones se achicaban pero los bolsillos no. De modo que con un pantalón reciclado a mi medida seguía teniendo por dentro el bolsillo original. Podías meter la mano y tocarte las rodillas porque eran bolsillos enormes.
El aceite La patrona de cinco litros se convertía en una llamativa maceta amarilla. Aguantaban un par de años porque el óxido las destruía. Las latitas de polvo para hornear servían para las especias. A las cubiertas viejas de bicicletas se les sacaba los alambres de los costados y servían como una doble cubierta. Con esa estrategia las rosetas no podían pinchar la rueda cada rato.
Mi época y la de muchos no era la de la abundancia de envases. No había tanto pote de helado ni cosas por el estilo. Ni siquiera los hoy populares contenedores de plástico.
De una vieja toalla se hacía un trapo de cocina o un trapo de piso, pero las toallas y las sábanas se usaban hasta que estaban casi transparentes.
No se tiraban los trapos porque “para algo van a servir”, pero tampoco las botellas que si tenían tapa iban derecho al agua de la heladera. Claro, no había abundancia de botellas porque hasta el vino era con envase retornable.
Bastaba con pensar antes de tirar para poner en marcha la recicladora en casa.

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