La Peña: No fue una buena idea la de frenar con la zapatilla

Fue tan fuerte y brusca la frenada que terminé frenando con la piel. Una pasta de goma derretida se pegó en la planta del pie y fue la señal inequívoca de que algo serio se venía.
Sí, es cierto, la bici no tenía frenos y si no ponía en práctica la frenada popular, se metía debajo del camión de la carne, estacionado en la puerta del mercado municipal de mi pueblo.
El camión verde oliva de trompa larga estaba estacionado en la calle, a unos diez metros de la carnicería de Salvador. Llegaba una vez por semana con las medias reses para esa y otras carnicerías. Todos en el pueblo sabíamos que cada lunes de todo el año, salvo que fuera feriado, ese camión estaba estacionado en el mismo lugar. Es decir, no podía desconocer su presencia.
Y salí de casa estrenando zapatillas azules, ese azul de los buzos de gimnasia. La suela de goma se veía intensamente blanca, pero algo me decía que para andar en bici no había que llevar zapatillas nuevas. La alternativa eran las alpargatas, que puestas a frenar sobre la cubierta de la bici largaban tanto humo que obligaban a parar y zapatear sobre la tierra para detener cualquier indicio de fuego.
Pero quería lucir mis Pampero de la escuela. Y mi pueblo, con una inclinación de norte a sur bastante pronunciada, hacía necesario contar con buenos frenos en bici, moto o lo que fuere. La salida anduvo bien hasta que alguien gritó, en el viaje de vuelta a casa, “quién llega primero”. Y la bici levantó vuelo, pasó una esquina sin sobresaltos y a la segunda apareció la flamante Ford f 100 del tío Negro. Ahí puse todo mi empeño para evitar el impacto, doblé a la derecha y me encontré con el camión de la carne estacionado a unos 10 metros. Ni lo pensé. Mandé las zapatillas a frenar sobre la cubierta, pero fue tan intensa la frenada que se derritió la goma y el último tramo de la frenada se hizo con la planta del pie. Volví a casa y ni conté lo ocurrido. Eso sí, cada día y por varios meses tuve que cortar un cartón a medida para tapar el agujero del calzado y evitar los charcos.


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La Peña

Fue tan fuerte y brusca la frenada que terminé frenando con la piel. Una pasta de goma derretida se pegó en la planta del pie y fue la señal inequívoca de que algo serio se venía.
Sí, es cierto, la bici no tenía frenos y si no ponía en práctica la frenada popular, se metía debajo del camión de la carne, estacionado en la puerta del mercado municipal de mi pueblo.
El camión verde oliva de trompa larga estaba estacionado en la calle, a unos diez metros de la carnicería de Salvador. Llegaba una vez por semana con las medias reses para esa y otras carnicerías. Todos en el pueblo sabíamos que cada lunes de todo el año, salvo que fuera feriado, ese camión estaba estacionado en el mismo lugar. Es decir, no podía desconocer su presencia.
Y salí de casa estrenando zapatillas azules, ese azul de los buzos de gimnasia. La suela de goma se veía intensamente blanca, pero algo me decía que para andar en bici no había que llevar zapatillas nuevas. La alternativa eran las alpargatas, que puestas a frenar sobre la cubierta de la bici largaban tanto humo que obligaban a parar y zapatear sobre la tierra para detener cualquier indicio de fuego.
Pero quería lucir mis Pampero de la escuela. Y mi pueblo, con una inclinación de norte a sur bastante pronunciada, hacía necesario contar con buenos frenos en bici, moto o lo que fuere. La salida anduvo bien hasta que alguien gritó, en el viaje de vuelta a casa, “quién llega primero”. Y la bici levantó vuelo, pasó una esquina sin sobresaltos y a la segunda apareció la flamante Ford f 100 del tío Negro. Ahí puse todo mi empeño para evitar el impacto, doblé a la derecha y me encontré con el camión de la carne estacionado a unos 10 metros. Ni lo pensé. Mandé las zapatillas a frenar sobre la cubierta, pero fue tan intensa la frenada que se derritió la goma y el último tramo de la frenada se hizo con la planta del pie. Volví a casa y ni conté lo ocurrido. Eso sí, cada día y por varios meses tuve que cortar un cartón a medida para tapar el agujero del calzado y evitar los charcos.

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