La Peña: Que el auto sea grande, “noble”, bueno y barato

Mi padre quería un auto grande, bueno, “noble”, y barato. Y la nobleza la traducía en la capacidad de hacer largos viajes y llevar mucha gente. Pero no era fácil conseguir todo eso con poco dinero.
Era noviembre. Y pensaba volver al pago en enero, de modo que había dos condicionantes. Poca plata y poco tiempo.
Y salió a buscar un Ford Falcon capaz de realizar grandes travesías. Era caro, descartado. Un Torino, más o menos del estilo del Falcon. Ambos se situaban en la década del 70 en la franja de cierta modernidad, aunque ambos tenían larga trayectoria en el mercado.
Tampoco alcanzó para el Torino y un día apareció con un Rambler Clasic, rural, grande, cómodo, bien cuidado y con una gran virtud: tenía al menos el motor de un Torino. Por algo se empezaba.
Apareció en casa con el auto y la sonrisa, todo junto. Era la mitad de lo necesario para las vacaciones. Ahí entraba mucha gente cómoda, y más aún, un baúl gigante donde hasta se podía llevar bolsos y valijas en abundancia y si era necesario un par de ruedas de auxilio.
Pasó noviembre, diciembre y en enero dijo nos vamos de vacaciones. En un día se organizó el viaje, cargamos el auto, invitamos un pasajero más y en total éramos 8 los ocupantes. No tan cómodos aunque el auto fuera grande. Pero era tanta la felicidad que no importó hacer casi dos mil kilómetros apretados. No hubo hoteles en el camino ni restaurantes. No alcanzaba para eso, pero sí para las milanesas y el pollo hervido en el camino, para la fruta y para una que otra gaseosa. Éramos tantos que parar en un hotel podría costar como el mismísimo viaje. Ni pensar en un restaurante. Así fue que viajamos, disfrutamos, comimos, dormimos en una estación de servicio y llegamos a destino como si nada. La nobleza del auto era eso, la capacidad de viajar sin preocupaciones. Porque era tan simple que cualquier cosa que ocurría era fácil de resolver. Ese auto llevó por años a todos, y también a los sueños.


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La Peña

Mi padre quería un auto grande, bueno, “noble”, y barato. Y la nobleza la traducía en la capacidad de hacer largos viajes y llevar mucha gente. Pero no era fácil conseguir todo eso con poco dinero.
Era noviembre. Y pensaba volver al pago en enero, de modo que había dos condicionantes. Poca plata y poco tiempo.
Y salió a buscar un Ford Falcon capaz de realizar grandes travesías. Era caro, descartado. Un Torino, más o menos del estilo del Falcon. Ambos se situaban en la década del 70 en la franja de cierta modernidad, aunque ambos tenían larga trayectoria en el mercado.
Tampoco alcanzó para el Torino y un día apareció con un Rambler Clasic, rural, grande, cómodo, bien cuidado y con una gran virtud: tenía al menos el motor de un Torino. Por algo se empezaba.
Apareció en casa con el auto y la sonrisa, todo junto. Era la mitad de lo necesario para las vacaciones. Ahí entraba mucha gente cómoda, y más aún, un baúl gigante donde hasta se podía llevar bolsos y valijas en abundancia y si era necesario un par de ruedas de auxilio.
Pasó noviembre, diciembre y en enero dijo nos vamos de vacaciones. En un día se organizó el viaje, cargamos el auto, invitamos un pasajero más y en total éramos 8 los ocupantes. No tan cómodos aunque el auto fuera grande. Pero era tanta la felicidad que no importó hacer casi dos mil kilómetros apretados. No hubo hoteles en el camino ni restaurantes. No alcanzaba para eso, pero sí para las milanesas y el pollo hervido en el camino, para la fruta y para una que otra gaseosa. Éramos tantos que parar en un hotel podría costar como el mismísimo viaje. Ni pensar en un restaurante. Así fue que viajamos, disfrutamos, comimos, dormimos en una estación de servicio y llegamos a destino como si nada. La nobleza del auto era eso, la capacidad de viajar sin preocupaciones. Porque era tan simple que cualquier cosa que ocurría era fácil de resolver. Ese auto llevó por años a todos, y también a los sueños.

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