La visibilización de la violencia
En esta oportunidad, la psicopedagoga Laura Collavini reflexiona sobre la presencia de la violencia en nuestra sociedad. El camino para sanar y comenzar a modificar viejos hábitos.
Lo complejo es poner palabras a lo tantas veces invisible. Porque es un gran trabajo llegar a visibilizar aquello que ni siquiera se puede registrar. Tantas vidas pasaron sin poder denunciar la violencia que fue atravesada por el cuerpo. Tantas marcas no se vieron. Tantas heridas en el alma quedaron calladas. Tantas vidas perdidas.
Los toros de Lucero y su guitarra que toca sola
Soy psicopedagoga. Cuando conozco a cada familia y conversamos acerca de la dificultad de aprendizaje, no hablamos solo de eso. Desplegamos el mundo familiar, la historia del infante por el que se consulta, pero también el del padre y el de la madre. El de cada miembro de la familia y sus situaciones.
Al ser escuchados sin juzgar es posible recibir el pesar que padecieron, en la mayoría de las situaciones, durante décadas.
Padres y madres abusados en todas sus formas. Violentados sus derechos. Adultos armados que, desde un espacio psicopedagógico, pensado para jugar y expresarse, pueden darse el permiso de decir. Se la juegan y pueden empezar a denunciar lo que callaron por siempre. Que fueron lastimados. Que un adulto conocido y querido por la familia entraba cuando se estaban bañando. Que cuando lo dijo a sus progenitores no le creyeron. Entonces decidieron callar y soportar antes que sentir que ser juzgado.
Padres y madres abusados, violentados. “Una cachetada a tiempo corrige”. Y aún lo escuchamos y se sonríen cuando lo dicen. Callar con violencia.
¿Vacunas obligatorias? El gran debate
“Pendejo de mierda”, “haceme caso”, “la vas a ligar”… ¿Es habitual, verdad? Sufrimos todos la historia dramática de nuestro niño Lucio. Un pequeño argentino que padeció violaciones y golpes hasta alcanzar la muerte. Nos horrorizamos y juzgamos a todos y cada uno de los que conocieron al niño que no pudo defenderse.
Tengo que decir que conozco a muchos Lucio. Que todos somos un poco él y que todos en algún momento fuimos asesinos, al menos en potencia.
Si pueden seguir leyendo estas pequeñas líneas, aguantarse la angustia sin defenderse abriendo juicio sobre mi persona, tal vez pueda servir para algo el esfuerzo.
Mirar nuestra violencia es el paso primordial para avanzar. Descubrir los puntos ciegos donde nuestras reacciones no se controlan. Una mala palabra. Una mirada despectiva. Un desplante. Una manipulación. Una agresión física “sin querer” .
Gestación saludable: los ocho chequeos previos
Todos somos víctimas. Sufrimos desplantes, malas actitudes, miradas que nos duelen. Hablo desde lo socialmente aceptado. Todos podemos relatar situaciones diarias en las que fuimos víctimas o victimarios. Desde esta sinceridad podemos dar otro paso.
De la tragedia de Lucio puedo hablar mucho. Se me ocurren mil notas y reflexiones. Desde el lugar político de la niñez, de los sistemas abusivos, la ausencia del Estado, de la cadena de implicancias, de la maternidad, la paternidad. Los roles de los vecinos, la importancia de la escuela…
Vivo en carne propia el dolor de los padres que callaron y rompen en llanto desde el sillón de colores, que nunca pudieron decir que fueron violentados de niños. Que ahora no saben cómo ser padres sanos. Piden ayuda.
Me duele y me lleno de impotencia cuando finalmente un niño o una niña pueden decir que les pegan por todo o por nada. Que los tiraron a la pileta porque vinieron borrachos. Que esconden las pruebas para evitar insultos o malos tratos. Conozco miles de historias. Los felicito por poder empezar a hablar, pero ¿después qué? ¿Qué instancia protege a los niños de sus padres o de ese amigo de la familia? ¿Cuál es la acción rápida que les evite que vuelvan a lo mismo, o peor? ¿Cuánto tiempo transcurre entre que se hace una denuncia hasta que se separa al abusador de un niño?
¿Se puede prevenir la pérdida de masa muscular?
Entonces, ¿qué hacemos? Los que estamos en contacto con todas estas historias sabemos que es un recorrido artesanal. Los docentes, preceptores, directores, profesionales de la salud mental sabemos que tenemos que escuchar sin gesticular. Callar, dar gracias por la confianza. Ofrecer alguna sugerencia mientras citamos por alguna excusa a los padres y hablamos de diversos temas, ayudamos a pensar en la relación y vemos con qué recursos contamos para salvar a esa vida.
Denuncias, intervenciones judiciales, secretaría de la niñez y adolescencia argentinas… No abordaremos ese tema ahora. Todo está a la vista.
La perversión en la que todos estamos inmersos. Angustia, impotencia. Pero claro que tenemos que mirar nuestra propia violencia para identificarla y manejarla. Grande o pequeña. Disfrazada de mil matices. Hasta los más dulces.
Somos parte de un sistema perverso que claramente tenemos que cambiar. Pero no se puede modificar aquello que no se mira. Una angustia inmensa me genera escribir estas líneas porque sé que hay muchos más niños como Lucio. Muchos también vivos por fuera y muertos por dentro. Sintiendo que su vida nada vale. Que, en este diciembre, despidiendo el año, podamos revisar nuestros puntos ciegos, para que no enceguezcamos a nadie.
Comentarios