Las aristas de la violencia
En esta oportunidad, la psicopedagoga Laura Collavini reflexiona sobre los distintos tipos de violencia presentes en nuestra vida diaria, y la forma en que podemos combatirla.
La violencia posee tantas aristas como dolor. Hija del miedo, la impotencia, el desorden mental. Amiga de las drogas, del alcohol, del desenfreno y amiga también de ese desgarro completo que es no poder hacerse cargo de la propia vida. Es mentir para zafar de lo que no se tiene idea cómo enfrentar. Es tratar de hacerse “el piola” por un rato, para ver si puede ser posible burlar la desesperación de sentir que no se encaja en ningún lado.
La visibilización de la violencia
También es saberse juzgado por miradas y palabras de ajenos que no tienen ni idea del calvario diario. Desde el de los primeros días de vida, hasta ayer.
Escribo palabras que escuché. Cuando ya no se puede sostener más el silencio, cuando el cuerpo ya no soporta las heridas y las palabras surgen como una especie de salvavidas.
“Es una bola de nieve que crece sin parar y a veces hay ganas de pedir ayuda… ¿Pero a quién? Si nadie va a entender esta furia salvaje que crece adentro sin control. La lucha con las sombras es constante y el sol sale solo algunas veces, y se esconde en un instante”. ¿A quién pedir ayuda si todos están ocupados en salvar la propia vida?».
“Los veo apurados caminar en sus perfectas vidas ocupadas, en sus autos, con sus amigos que sonríen y todo les va bien. ¿Qué les voy a pedir a ellos si me van a mirar mal y voy a ser otra vez el loquito al que van a tener miedo?«.
Otro fin de año que se siente raro
“Una vez fui niño. Una vez quería jugar y no había juguetes. Comía a veces, otras no. Una pieza para todos. No sé cómo es una cama calentita para mi solo. Me mandoneaban de acá para allá y si no contestaba rápido volaban los bifes e insultos. No sé cómo comunicarme de otra manera. Aprendí así”.
“Una vez fui niña. Tenía todo lo que les pedía. Juguetes, ropa, nada me faltaba. Me decían que era la más inteligente y que los demás eran tontos. Me lo decían mis abuelos, mis tíos y mis padres. Entendí que era así. Me costó tener amigos y pareja mucho más”.
“Una vez fui niño. Mi papá se borró apenas se enteró que mi mamá estaba embarazada. Ella no quiso abortarme. Venía con frecuencia a casa un amigo de la familia. Cuando se iban a comprar me dejaban solo con él. Me manoseaba. Yo no sabía qué hacer. Todos lo querían. Yo era muy chiquito. A veces me da tanta rabia que quisiera matar a alguien”.
“Una vez fui niña. Siempre fui muy buena y tranquila. Me gustaba compartir cosas en familia. Tener amigos, pasear y divertirme. Mis papás se peleaban con frecuencia. Mi papá se ponía celoso de mi mamá y discutían mucho. A medida que fui creciendo él me veía parecida a mi mamá. Le daba rabia. Si iba solo conducía como loco y yo creía que quería matarme. Una noche se peleó con ella tan fuerte que me tiró a mí en la pileta. Igual lo amo. Es mi papá”.
Pertenecer, ¿un requisito para la vida diaria?
“Una vez fui niño. Mi mamá se separó de mi papá porque él se iba todo el tiempo. Ella rezongaba y me insultaba. Decía que me parecía a él. Que todos los hombres son iguales… Cada vez que abría la boca había me venía un insulto o un bife. No podés pensar, sos un tonto, una carga. No sé qué pensé cuando te tuve. Me encanta prender fuego. Ver cómo todo poco a poco se consume”.
“Una vez fui niña. De temprana edad descubrí que me gustaban las nenas. Traté de que no me pase, pero me pasó igual. No lo pude contener. Cuando ya fui adolescente se lo dije a mi mamá. Me dijo que era una loca, que no podía hacerle pasar vergüenza y que yo había nacido para que me gusten los hombres, que así tenía que ser. Ella me compraba polleras y yo las odiaba. Me metía en el baño con un cuchillo y quería cortar mis pechos. Me cortaba, cortaba algo. No quería vivir de esa manera”
“Un día fui niño. Mis heridas siguen abiertas. Hoy sangra mi niño herido”.
Escribo estas palabras sabiendo que son reales. Que a veces pude tirar una soga y la agarraron, y que hicimos fuerza juntos para llegar a la orilla. Otras veces la soga se hundió. No se pudo agarrar y yo hubiese querido poderme tirar para salvar, aunque era en vano. Las aguas eran muy fuertes, sin duda me hubiese llevado a mí también.
La soledad no tiene buena prensa
¿Qué se hace? No soy una heroína y no se puede, en la soledad, salvar vidas. Necesitamos equipo. No necesariamente muchas sogas. Tal vez barcos, helicópteros, cursos para no caer al agua, chalecos salva vidas. Son tantas cosas…
Mientras tanto, andamos acá, tratando de armar una red que sostenga algo más. Que todos sepamos sostenerla. Ya se sabe que la red, si es sostenida por varios, deberá ser con fuerza similar, para evitar que se hunda. Por favor. Armemos redes. Muchas. Hagámoslas entre todos. Para que todos estemos sostenidos, cuidados. Protegidos.
Si alguien quiere aventurarse en aguas intensas que lo haga, pero con las herramientas necesarias para que logre divertirse en su travesía.
No miremos para otro lado. Por favor. Frenemos nuestros intensos días agitados. Si falta uno, nos afecta a todos. Si uno sufre, sufrimos todos.
Por Laura Collavini.-
La violencia posee tantas aristas como dolor. Hija del miedo, la impotencia, el desorden mental. Amiga de las drogas, del alcohol, del desenfreno y amiga también de ese desgarro completo que es no poder hacerse cargo de la propia vida. Es mentir para zafar de lo que no se tiene idea cómo enfrentar. Es tratar de hacerse “el piola” por un rato, para ver si puede ser posible burlar la desesperación de sentir que no se encaja en ningún lado.
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