Los tatarabuelos gallegos

Fernando se inició en la herrería a los trece años, más bien por un interés personal. “Siempre me gustaron los fierros, pero en ese momento todavía más, porque a la vuelta de casa había un supermercado en construcción y me regalaban los recortes”, recuerda.

Su abuelo, que era “de una familia de plata”, le preguntó qué regalo le gustaría y él le pidió una soldadora eléctrica. Con los hierros que juntaba empezó a hacer y vender cestos para la basura y al poco tiempo ya ganaba más dinero que su mamá, que trabajaba en el cerro Catedral.

Durante largo tiempo, cuando le preguntaban sobre su gusto por la herrería, nunca sabía dar una explicación convincente. Hasta que hace apenas dos años se enteró de que en Galicia había tenido dos tatarabuelos “por parte de madre” que fueron herreros. Así fue como algunas preguntas empezaron a tener respuesta.


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