Manos cooperativas en la pandemia de pobrezas


En estos meses en los que el mundo está abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto; también ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver, admirar e imitar!


La encrucijada vital del coronavirus, como “pausa o pesadilla” de la normalidad que le precediera, alumbró iniciativas solidarias concretas de asistencia y apoyo a un número cada vez mayor de personas y familias, las que precisamente como consecuencia del covid-19 se encuentran padeciendo alguna dificultad, angustia o carencia objetiva, o vieron agudizarse las mismas.

Entre nosotros, arbitrariamente, pareciera que hay pobres legitimados e ilegítimos o, como interpreta una opinión colectiva no pobre, los hay por elección, “sensación”, estadística o indolencia, entendiendo irrefutablemente a esta última como negligencia, falta de aspiraciones, actividad o aplicación en el cumplimiento de sus obligaciones. Dicha inclemente opinión colectiva asegurará que son pobres porque quieren ignorando incluso sabias letras de Joaquín Sabina en su “Noche de Bodas”: ¡Que gane el quiero la guerra del puedo!

Comúnmente quienes nunca fueron atrapados por la pobreza consideran a cada pobre e indigente como un ser voluntariamente apático, perezoso, abandonado e insensible… “y todo eso por libre elección, con pleno discernimiento”.

Desde distopía semejante se ignora supinamente que la fragilidad y vulnerabilidad propia de los pobres explican también su incremento, captación y perverso alineamiento político en categoría de “pobrismo”.

Presas fáciles e indefensas de cínicas prácticas políticas, vg., especulativos analfabetismos, planes de empleo sin trabajo, de servicios y subsidios nunca reembolsables, etc., “fundamentan” lo anodino en mucho argentino pobre; tan ajeno de ciudadanía, tan extraño de república, tan indigente de dignidad, tan huérfano de justicia y libertad… ¡tan pobre que, apenas, si un número, no más!

A propósito, cómo no adherir entonces a Ernesto Sábato cuando afirmó: “Quienes se quedan con los sueldos de los maestros, quienes roban a las mutuales o se ponen en el bolsillo el dinero de las licitaciones no pueden ser saludados. No debemos ser asesores de la corrupción. No se puede llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y tratarlos como señores delante de los niños. ¡Esta es la gran obscenidad! ¿Cómo vamos a poder educar si en esta confusión ya no se sabe si la gente es conocida por héroe o por criminal y villana?”.

El alumbramiento de iniciativas cooperativas concretas se puede traducir, fraternalmente, en “dar una mano”, una ayuda, un auxilio, a alguien con esa empatía que implica la participación afectiva y el compromiso solidario de una persona en una realidad ajena a ella, generalmente aquellas de necesidades físicas insatisfechas.

Así, cada mano tendida es un signo de atención fraterna y de proximidad humana, de desprendimiento, de solidaridad y compasión a partir de altruistas sentimientos e interpelaciones que produce el ver padecer a un semejante, impulsándonos a aliviar y remediar su dolor o sufrimiento.

En estos largos meses en los que el mundo entero está estupefacto y abrumado por un virus que ha traído tanto dolor y muerte, desaliento y desconcierto, también ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver, admirar e imitar!

Si las manos tendidas y abnegadas de médicos y enfermeros, de maestros rurales, de los que trabajan en hospitales, geriátricos o la administración pública, de boticarios, profesionales, transportistas, de periodistas y movileros, de religiosos, etcéteras.

Esas manos tendidas del voluntario que cual Teresa de Calcuta socorren a los habitantes de la calle o a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida, etc. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, como de tantas otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer un magnánimo repertorio de acciones, gestos, detalles y obras de fraternidad.

Todas estas manos cooperativas han desafiado el contagio y el miedo para “darse” y/o dar una ayuda, un apoyo, un consuelo o una remediación, revelándonos así a tantos y cuantos benefactores que mantienen vivo el sentido de atención, solicitud y fraternidad hacia las personas más pobres, marginadas y desfavorecidas.

Finalmente, dichas manos cooperativas siempre se enriquecen con “el agalma” de la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir con solicitud y fraternidad.

*Experto de la Coneau/Cooperativismo


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