Chile: Boric debe definir ya el gobernante que quiere ser


Aunque él y su equipo se muestran dialogantes y autocríticos, su buena voluntad no será suficiente para lograr acuerdos con quienes no ven en el diálogo la forma de aunar voluntades.


El presidente de Chile, Gabriel Boric, llega el lunes 14 de marzo de 2022 al palacio presidencial de La Moneda. (Foto AP/Esteban Félix)

Gabriel Boric se convirtió el viernes pasado en presidente de la República de Chile. Lo será en medio de un ambiente hostil y con los vestigios de un gobierno anterior que no supo enfrentar a tiempo una crisis social y política, las consecuencias económicas provocadas por la pandemia y una sensación de inestabilidad que, siendo real o no, se pasea como un fantasma permanente.

Boric logró estar a la altura y dar vuelta el balotaje después de haber sacado el segundo lugar en las primarias. Contra todo pronóstico, logró casi un millón de votos de ventaja que lo impusieron como ganador frente al derechista José Antonio Kast en la segunda vuelta hacia La Moneda. En apenas unas semanas, supo revertir un discurso que no entusiasmaba a la mayoría e hizo un giro arriesgado en su narrativa para llegar a los menos convencidos. De la imagen simbólica que significó bajarse del árbol ícono de su campaña y poner los pies en la tierra, el nuevo presidente debe transitar ahora por zonas áridas para entrar en un terreno nuevo, donde hay al menos 44% de personas expectantes de sus posibles desaciertos y de cada movimiento.

El dolorido país que recibe Boric arrastra una deuda en materia de derechos humanos y una desconfianza generalizada en las instituciones, además de una inflación, altos índices de delincuencia y un conflicto en la Araucanía que se ha incrementado recientemente. Lo cierto es que el líder del Frente Amplio no ha sido el único en comenzar su período con el peso de sus circunstancias: ya lo hizo Patricio Aylwin, quien presidió Chile al volver a la democracia -entre 1990 y 1994-, con todo lo que significaba ese retorno y la historia oscura que cargaban los 17 años previos. Michelle Bachelet también tuvo cuesta arriba el inicio de ambos mandatos, con el desafío que implica ser la primera mujer en asumir la presidencia y con un proyecto progresista que crispó a la oposición desde un comienzo. En la vereda opuesta, Sebastián Piñera comenzó su segundo gobierno con un triunfalismo adelantado, prometiendo “tiempos mejores” como herencia de su primer gobierno, sin una mínima sospecha de todo lo que se le vendría encima.

Quizá la ventaja que tiene Boric es que ha sido advertido. Hace pocos días el periódico chileno La Tercera dio a conocer parte del discurso de Diego Schalper, diputado y secretario general del partido de derecha Renovación Nacional (RN). En una reunión con su sector, Schalper fue directo: habló de atrofiar al nuevo gobierno, ser oposición con todo y generar presión desde el Congreso. “La tarea que tiene el partido es usar las reformas de Gabriel Boric como un contrapeso de fuerza. Exigirle al señor Boric que ejerza su liderazgo dentro de la Convención, y si no, no aprobarle sus reformas”, dijo Schalper ante los militantes de su partido.

Por más burda que parezca la predisposición de RN, da cuenta del ánimo y la realidad sin maquillaje en la que tendrá que gobernar, con el contrapeso de otros políticos que no tienen la paciencia ni el entusiasmo para esperar los cambios estructurales que el nuevo gobierno ofreció en su programa durante la campaña.

Si bien la nueva administración ha adelantado algunas acciones concretas como fijar el tope de sueldos para ciertos funcionarios de confianza, así como ampliar restricciones para evitar el nepotismo -señales unilaterales que son aplaudidas por sus adherentes-, lo cierto es que los próximos pasos de Boric deben buscar acuerdos donde no los tiene: con sus pares políticos de otros sectores. Aunque él y su equipo se han mostrado dialoguistas y capaces de ser autocríticos -algo poco común dentro de la dinámica de la política nacional​​- su buena voluntad no será suficiente para lograr acuerdos con quienes no ven en el diálogo la forma de aunar voluntades.

Con un Congreso en el que no tiene mayoría y cuyo Senado se inclina a la derecha, Boric tendrá que buscar el equilibrio sobre una cuerda floja para no traicionar el mandato del pueblo que lo eligió y conseguir pactos donde le son más esquivos.

Las propias fuerzas de la exConcertación de Partidos por la Democracia, el conglomerado político de centroizquierda que gobernó más de la mitad de los años desde el retorno a la democracia, no son una carta ganada y así lo han dejado ver algunos de sus principales representantes. Tampoco puede obviar las fuerzas sociales que lo apoyaron, muchos a regañadientes, como parte de una estrategia para detener a la extrema derecha, pero cuyas demandas -liberación de los presos políticos, aprobación de nuevos retiros de las administradoras de fondos de pensiones- serían impensables para la oposición. Boric sabe que la negativa a avanzar en esa dirección podría significar un estallido social 2.0, encendiendo una llama que ha disminuido pero no se ha apagado por completo.

Gabriel Boric debe mirarse a sí mismo, definir la identidad del gobernante que quiere ser y las lealtades que quiere mantener. Tiene una oportunidad única y excepcional de hacer algo tan transformador como histórico. Llegada la hora de la verdad, el nuevo presidente deberá concentrar toda su habilidad en mostrarse como un estadista que también es capaz de escuchar, adelantándose a las jugadas y aplicando la innovación también en la manera de hacer política. Después de todo, hay una máxima de la que no se puede confiar, pero que da algo de esperanza: lo difícil -y extraordinario- que resultaría obtener una aprobación más baja que su antecesor.

* Periodista chilena, cofundadora de revistalate.net y mediambiente.cl.(The Washington Post)


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