El centro político se desplaza
A medida que sube el decibelaje de su intolerancia discursiva, Milei tensa la cuerda del debate hacia un extremo que convierte a Alberto en el moderado que prometió ser.
Jorge Luis Borges lo leyó pensando que era una sátira y se encontró con una sociología incisiva. Era la “teoría de la clase ociosa”, de Thorstein Veblen, hijo de noruegos nacido en EE.UU.
Veblen define esa clase ociosa como un estrato social cuyo extraño deber es gastar dinero ostensiblemente. Su rol sistémico es derrochar. Para despertar la emulación del resto y así legitimar al sistema. Gastar, y en lo posible en cosas superfluas. Abstenerse de trabajar. Borges le agregó una ironía local: “Salvo los pobres de solemnidad, todo argentino finge pertenecer a esa clase”.
En la crisis argentina de principios de siglo, cuando el derrumbe de la convertibilidad, algo de esa teoría campeaba en el discurso público. La población indignada reclamaba que se fueran todos los integrantes de la clase política, a la que se asimilaba con la riqueza mal habida, la desafección al trabajo y la propensión al derroche. La crisis actual tiene, como entonces, un mismo indicador irrefutable: el índice de pauperización. Es el argumento cifrado de cualquiera que agite el fracaso de todo el esquema de representación política. En 2001 la impugnación apuntaba al fracaso de las políticas neoliberales. Esta vez, al agotamiento del modelo populista.
A la primera percepción de ese cambio la insinuó Cristina Kirchner en sus cartas apostólicas, en las que predecía la derrota del gobierno que reconquistó tras la máscara de Alberto Fernández. La segunda constatación del giro acaba de entregarla la coalición opositora. Juntos por el Cambio se reunió en la cumbre y su mayor conclusión fue la validación de un veto a Javier Milei.
A Milei los opositores de Juntos para el Cambio le reprochan ser funcional al kirchnerismo. Entre otros motivos porque su equiparación de todos los políticos dentro de la casta absuelve al Gobierno como principal responsable de la crisis. Y también porque a medida que aumenta el decibelaje de su intolerancia discursiva, Milei tensa la cuerda del debate hacia un extremo que convierte a Alberto Fernández en el moderado que prometió ser y nunca se animó. En esta reivindicación ilusoria, Milei cuenta con la colaboración del nuevo experimento que busca hacer desesperadamente Cristina: impugnar desde el otro extremo; como si no integrara el Gobierno.
Milei cuenta con la colaboración del nuevo experimento político que intenta hacer desesperadamente Cristina Kirchner: impugnar desde el otro extremo.
La novedad de Milei como sujeto político vetado por la crema de la coalición opositora reveló tres fenómenos que están en evolución, con tanta aceleración política como vaya marcando la velocidad de la crisis económica.
El primero es que la tensión entre los polos (la irrupción del populismo de derecha con Milei y la impostura de fuga hacia la impugnación de izquierda que intenta ensayar Cristina) ensancha el espacio del centro político.
En esa geografía novedosa se insertan emprendimientos de resultado impredecible: el acuerdo con Sergio Massa que Gerardo Morales debe explicar a cada rato (por las dudas que genera su aventura de exportación a la escena nacional). El diálogo antigrieta que orbita en torno a Juan Schiaretti, Rogelio Frigerio y Emilio Monzó. La construcción territorial que tejen en paralelo y con distintos métodos Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich (bajo la mirada de Mauricio Macri). El desacople pragmático de los jefes territoriales del PJ cuya primera víctima ha sido el jefe de Gabinete, Juan Manzur: en Tucumán decidieron desdoblar las elecciones locales.
El segundo efecto de la tensión bipolar es que la noción misma del centro se desplaza. Como en el juego de la soga, la política es tironeada desde los extremos, pero por fuerzas dinámicas y asimétricas. Esa dificultad para encontrar el centro ideológico es la que desconcierta a las fuerzas que pretenden mantener a distancia la turbulencia emergente a la derecha, y al mismo tiempo denunciar la fuga impostada de Cristina hacia la izquierda.
Un tercer efecto posible es que la cuerda se rompa donde la tensión se torne insostenible. El fenómeno resultante sería la fragmentación. Ninguna coalición tiene su futuro escrito en piedra.
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