Las elecciones de Río Negro y el diálogo de los que no dialogan


La apertura y la tolerancia ante el pensamiento distinto fue el eje de la campaña oficialista, pero este martes se cumple un mes de transición muda en la provincia.


El diálogo no fue definido azarosamente como concepto principal de la última campaña del oficialismo rionegrino.

Las encuestas con las que habitualmente valida o descarta ideas marcaron desde fines del 2022 al senador Alberto Weretilneck que la demanda principal de los argentinos ante la dirigencia política era dejar los ataques para avanzar hacia una etapa de comunicación constructiva.

Los resultados de esos sondeos significaron el punto de partida para el “gran acuerdo”, que luego necesitó del concurso de históricos opositores, para erigir la imagen de “consensos dentro de las diferencias” con la que salieron a recorrer la provincia.

La efectividad de la estrategia no puede cuestionarse: el presidente de Juntos Somos Río Negro será nuevamente gobernador.

Lo que sí se puede analizar es la profundidad de los cambios en las formas de ejercer el poder, para dilucidar si estamos ante una transformación real en la política rionegrina o ante un nuevo proyecto de corto plazo, superficial y con el solo objetivo de ganar una elección.

Y en ese camino, lo que ocurrió después de los comicios del 16 de abril aporta pocos elementos de peso para creer que definitivamente vamos hacia un modelo de provincia en el que importan más las buenas iniciativas que las pertenencias partidarias de sus autores.

La situación más visible y conocida es la que protagoniza el propio Weretilneck, que cumplirá el martes un mes de transición muda -o con intérprete, en el mejor de los casos- con la gobernadora, Arabela Carreras.

Algo realmente grave -dentro de la escala de valoración del senador- debe haber ocurrido entre ellos como para optar por tamaña frialdad en el vínculo con su sucesora y antecesora, cuando esa postura lo ubica a contramano de lo que pregonó a lo largo de toda el período proselitista.

Pero más allá de ese vínculo maltrecho, dentro del “neo-oficialismo” rionegrino también hay señales contradictorias, donde el diálogo, entendido como instrumento clave hacia una mejor calidad de vida, no encuentra lugar.

Es el caso del radicalismo, que enfrentará un mes complejo antes de llegar al 14 de junio, fecha en la que deben inscribirse las alianzas para las PASO de agosto y las generales de octubre, donde Río Negro renovará tres bancas de diputados nacionales junto a la definición presidencial.

El partido tendrá que encontrar buenos argumentos para explicar por qué a principios de año lo mejor para la provincia era una mirada amplia y generosa que incluía al kirchnerismo, pero desde mitad de año todo lo cercano a la vicepresidenta debe desterrarse del Gobierno y del Congreso.

La dirigencia provincial comenzó a trabajar esta semana para fortalecer la candidatura presidencial de Gerardo Morales y en los próximos días participará, en Córdoba, del encuentro programático donde se delineará la estrategia en de las provincias.

Si las PASO de Juntos por el Cambio llegan a ser entre listas “puras” de cada partido, es probable que la escena rionegrina pueda maquillarse, con un frío acuerdo formal de coalición y un trabajo independiente de cada fuerza, con listas propias para diputados.

El problema será importante si la dirigencia nacional avanza hacia el esquema de fórmulas presidenciales cruzadas. Eso expondría al radicalismo rionegrino a una campaña conjunta con el PRO, luego de consensuar nóminas legislativas. Una ficción difícil de presentar, teniendo en cuenta el nivel de descalificaciones recientes entre la conducción de la UCR y, principalmente, el presidente del PRO, Aníbal Tortoriello.

De todas maneras, ningún desafío para los promotores del diálogo que no dialogan se asemeja al que tienen los peronistas del “gran acuerdo”, que no sólo desconocen a qué candidato presidencial apoyarán, sino que también deberán competir en la provincia con su nuevo socio mayoritario.

La otra opción sería no presentar postulantes a diputados, algo que los llevaría directo a dialogar -seguramente en malos términos- con sus líderes nacionales, por semejante escape hacia adelante.


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