Lecciones políticas del pan y el dólar
Fernández hizo su propia contribución al aislamiento. Anunció un cambio en las retenciones del agro que el ministro Julián Domínguez se apresuró a desmentir.
Como predictor del futuro inmediato, el kilo de pan a 300 pesos es un dato más contundente que cualquier sondeo de opinión pública.
La inflación está haciendo estragos: en más de la mitad de las provincias el salario promedio está por debajo del valor de la canasta básica. Sus habitantes no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas del mes.
Frente a la aceleración de la crisis, el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner se muestra disperso y abrumado. La vicepresidenta resolvió replegarse hacia un espacio imaginario de oposición. El Presidente camina a la deriva sin encontrar un rumbo para su mandato.
Cristina pergeña callada ingenierías electorales para zafar del experimento de la presidencia vicaria que presentó hace tres años como una genialidad y terminó en fracaso evidente.
Alberto piensa que si insiste con la promesa de su reelección podría regenerar alguna expectativa como para llegar con muletas hasta el final de su gestión. Suena a intento vano. El recurso de prometer la reelección para extender las expectativas necesita ser creíble. El Presidente hablando es el primer conspirador contra esa credibilidad.
Frente al kilo de pan a $300, los juegos de poder de Cristina y Alberto parecen sombras de un gobierno alienado. La novedad política que lo define no es propia: es que no existe una oposición dispuesta a empujarlo antes de la finalización de su mandato.
Pero mientras el dato del pan en la mesa diaria refleja la desesperación cotidiana de la microeconomía, hay otro que sorprende más, desde la macroeconomía. Lo recordó el economista Ricardo Arriazu en el ciclo de debate de Clarín. Informó que Argentina atraviesa por su mejor ciclo histórico, si se analizan los términos de intercambio: la relación entre los precios de los productos que el país exporta y los que importa.
No faltan dólares, sobra derroche. Desde la restauración democrática, en más de 20 ocasiones el país tuvo mejoras en los términos de intercambio. Pero de cada ciclo favorable salió con un porcentaje mayor de incidencia del gasto público en el Producto Interno Bruto. Si se ponen en perspectiva ambos datos -el del precio del pan y el del ciclo histórico más favorable de los últimos 40 años para la balanza comercial- sale a la luz la dimensión enorme del fracaso populista en la gestión de la economía. El contraste del descalabro del presente, con la magnitud de la oportunidad perdida.
Frente al kilo de pan a 300 pesos, los juegos de poder de Cristina Kirchner y Alberto Fernádez parecen sombras de un gobierno alienado.
Otra forma de llegar a esa conclusión, más intuitiva: es tal el desorden político en la coalición gobernante que sólo esa diáspora explica la continuidad de Martín Guzmán, el ministro que camina a paso firme hacia una inflación del 100%. Mientras, los bonos de la deuda privada que reprogramó en 2020 cotizan con sobretasa del 20% por riesgo país. Una exitosa producción de deuda basura, sólo apta para fondos buitres.
Cuando habla de esa economía, el Presidente parece balbucear por momentos los avances de su educación sentimental. Dijo que cada vez que el gobierno siembra más plata, los precios crecen. ¿En un futuro cercano tal vez entienda el efecto inflacionario de la emisión? Reflexionó sobre el aumento de la ropa, pese al cierre de importaciones. ¿Comprenderá en algunos años la lógica de la oferta y la demanda?
Mientras Fernández explora esos territorios desconocidos, las fuerzas internas del gobierno que aún esperan su reacción han comenzado a recluirse. En el acto que le organizó la Uocra para apoyarlo, lo dejaron en soledad la mayoría de los gobernadores e intendentes justicialistas y (más grave aún) algunos de ministros de su gabinete a los que Manzur había apestillado en público para garantizar su asistencia.
Fernández hizo su propia contribución al aislamiento. Anunció un cambio en las retenciones agropecuarias que el ministro Julián Domínguez se apresuró a desmentir. Y fustigó al Poder Judicial, a escasas horas de haberse amparado tras un acuerdo espurio para sepultar con dinero la más grave inmoralidad en la que incurrió durante la cuarentena.
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