¿Vivimos los argentinos una prolongada adolescencia?
Gladys Seppi Fernández *

Sacudidos por el necesario descubrimiento adolescente que transitamos los argentinos, nuestros jóvenes se estancan en una etapa que podrán superar si lográramos, los mayores y como necesario ejemplo, llegar a un estado adulto dentro de un país que también debe alcanzar su madurez.

El bobo de todos
Se define a la adolescencia como la etapa de la vida humana que enfrenta al individuo al descubrimiento de sí mismo y le permite transitar, traspasando numerosos duelos, hacia su maduración, asumirse como ser adulto, capaz de insertarse en la vida plena desde el timonel de su libertad responsable.
Se dice, además, que en la edad adolescente, el hombre que va siendo, se reconcentra en sí, toma fuerzas, se nutre, intenta ajustes -a los que siempre deberá atender- para vigorizar su apuesta a ser.
Pero la adolescencia, tan conflictiva, pasa. Es de tránsito.
La superación de esta etapa clave e insoslayable inserta al hombre en el mundo familiar, laboral, social, cívico y lo hace capaz de atenderse a sí mismo y a la familia que naturalmente desee- o no formar, le exige la responsabilidad de sus actos, es decir, pone a prueba las capacidades para las que se fue formando a fin de dar una satisfactoria respuesta a sí mismo y a los demás.
Llegar a la edad adulta supone un proceso doloroso, una profunda crisis que remueve hasta los cimientos para construir en firme. Esta edad humana sobre la que da claros avisos el cuerpo que se transforma, que despierta, que brota, y la superación de la angustia de empezar a enfrentarnos solos a las intemperies de la vida, parece prolongarse, hoy, cada vez más, llevándose puesto a nuestro país que es, justamente el resultado de los seres que lo habitan.
Los argentinos parecemos- ¿o somos? – eternos adolescentes.
Nos cuesta responder por nuestras acciones, asumirnos como seres responsables de nuestros actos, y hacernos cargo de lo que producimos, provocamos, engendramos. Por eso, millones de argentinos, quizás la mitad de la población del país, andan la vida como caminantes a la deriva, esperando siempre ayuda de algún otro, otro que lo saque de las miserias que supo construirse, de sus incapacidades manifiestas, de su falta de desarrollo-… ¡humano!
¡Es tan cómoda y acogedora la protección de algún padre y su tutelaje! ¡Es tan difícil insertarse en la sociedad actual!
Pero esta actitud sume a quienes la eligen en una situación de dependencia generalmente auspiciada por gobiernos que utilizan políticamente a los pauperizados.
La situación de nuestra prolongada adolescencia merece un análisis profundo. Porque afecta al ser individual pero está íntimamente relacionada con el ser social, con el ser cívico, con el ser de la nación al que pertenecemos como células vivas. Y porque el ser argentino marca, dolorosamente, la prolongación de una etapa vital, que, en otras épocas y en países adultos pone más temprano a los jóvenes de cara al mundo y con ello en la feliz posición de poder vivir como seres logrados, satisfechos, seguros de sí mismos y orgullosos. Y sobre todo, dignos.
Un tema esencial para tratar cuando se formulen, seriamente, los fines de la educación argentina.
* Educadora y docente

Sacudidos por el necesario descubrimiento adolescente que transitamos los argentinos, nuestros jóvenes se estancan en una etapa que podrán superar si lográramos, los mayores y como necesario ejemplo, llegar a un estado adulto dentro de un país que también debe alcanzar su madurez.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite desde $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios