Otro fin de año que se siente raro

En esta oportunidad, la psicopedagoga Laura Collavini reflexiona sobre el cierre de un 2021 que se asemejó un poco más a la normalidad, pero al que le faltó recuperar aspectos importantes.

Va terminando otro año lectivo en el curso de la pandemia, y nos vamos encontrando con una mezcla de sensaciones y emociones que son tantas como complejas. No esperen de mí que pueda desanudar esta madeja. La pregunta que me surge es si algún día podré, por lo menos desde mi lado, hacerlo.


Encontrarnos con nuestras emociones es fundamental. Reconocerlas, mirarlas, ponerlas en palabras. Comparto las mías como una manera de dar punta pie inicial, para hacerme cargo de aquello que estimulo a realizar.

Me siento desorientada. No sé muy bien cómo proyectar y hasta dónde. Claramente estamos mejor que el año pasado y que este invierno, pero la amenaza está ahí, latente. Las palabras que resuenan son: “Esperemos que podamos”, “veremos si se puede”, “esperemos que nos dejen”, “esperemos a ver qué pasa”… La verdad es que nada es más real. Es así, paso a paso, día a día.

Sabemos que la vida es hoy, pero ahora lo vivimos. Experimentamos la verdad absoluta. ¿Lo podremos incorporar a nuestra vida después que pase todo esto? ¿Disfrutar el momento? Es otra de las preguntas que me hago y trato de ir aprendiendo. Sin embargo, ahí surge mi contradicción o complemento a este día a día. De todas formas necesitamos proyectarnos a largo plazo para tener un eje, un norte.

En estos tiempos debemos convivir con ambas. Vivir el hoy, proyectando a un “esperemos que”. Un gran desafío para la ansiedad. Acá pondría un sticker agarrándome la cabeza…

La otra pregunta es cómo proyectar y vivir el hoy terminando las clases. Mitad del año virtual, por mensaje o cuadernillo. Con burbujas aisladas por etapas y aforos que fueron ampliándose en espectáculos, eventos y entretenimientos; pero no en los colegios. La sensación es de transitar dos mundos separados, aislados. Con formas de comunicación dispares, que no encuentran un punto de unión. “Raro” es la palabra que repito. Las provincias se manejaron -y se manejan- con criterios diferentes y no es lineal con los casos de contagios. Otra vez, me resuena la palabra “raro”.


Que no se llegaron a los contenidos que se debían dar es una obviedad. Que los chicos aprendieron muy poco es otra. Que el contacto y la presencia en la escuela forman parte de las certezas con las que contamos es otra.

¿Qué sienten los niños ahora? ¿Los adolescentes? Desde mi lugar puedo manifestar que en su mirada y en sus palabras, tan claras como profundas, relatan la necesidad de aferrarse a su banco, a su silla. Transmiten la emoción al contar con qué compañero les tocó hacer un trabajo, o a quién retó la seño y por qué. No quieren enfermarse ni faltar, como sucedía antes de la pandemia.

Se sienten mal porque no entendieron mucho desde la virtualidad, y menos aún a los que les tocó recibir tarea por WhatsApp. Están agobiados por los vínculos que se tensaron con sus padres, porque no se llegaba a hacer lo que pedía la seño. “Es que no entiendo lo que tengo que hacer” repiten entre angustia y desconsuelo.

Tiemblan ante algún caso sospechoso en el aula porque saben que les tocaría muchos días sin recreos ni seños. Depresión y deserción son cuadros que nos encontramos en forma frecuente desde hace muchos meses. Relaciones vinculares desordenadas. Aumento de peso, temor a salir, a encontrarse con otros, a jugar.


Todo eso pasa. Se dice por ahí que los chicos superan todo rápido. Tal vez la palabra no es “superar”. La invitación es pensar si no es sobreadaptación, como una cáscara que se forma después de una herida. No pensemos que con la finalización de ciclo lectivo se termina la dificultad. Solo termina un ciclo calendario.

Las familias claramente respiraremos de tanto movimiento. Si burbujas, si presencial, si hay conexión, si funciona la impresora, si entendió la tarea, si, si, si… y también tantas otras exigencias que se nos sumaron a los adultos a cargo de nuestros peques (y no tanto) que a los “ponchazos” llegan a un diciembre con un gusto raro.

Sin educación no hay presente ni futuro. Es mi deseo que, en esta finalización, sepamos dónde estamos parados. Así y sólo así podremos encontrar luz a esta “rareza”.


Va terminando otro año lectivo en el curso de la pandemia, y nos vamos encontrando con una mezcla de sensaciones y emociones que son tantas como complejas. No esperen de mí que pueda desanudar esta madeja. La pregunta que me surge es si algún día podré, por lo menos desde mi lado, hacerlo.

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