Análisis: vallas en un delicado «campo de batalla» que agravaron el clima político
El Gobierno de la Ciudad que dirige Horacio Rodríguez Larreta puso potentes reflectores dirigidos a la vivienda de Cristina, que inevitablemente lograron revitalizar la efusión militante y potenciar el fanatismo.
La determinación de colocar vallas, mover hidrantes, camionetas policiales e infantería (justo ahora y no cuando fue incipiente la movida frente al departamento) para impedir que unos cientos de militantes se turnaran para rendirle fidelidad a la vicepresidenta en su victimización y empeño en no someterse a Estado de derecho, no parece haber sido una oportuna idea, menos una vinculada a una estrategia política.
No lo es por el momento elegido: se venían organizando en las últimas horas concentraciones y actos cada vez más pasionales en defensa de la imputada -impulsados por los más altos dirigentes oficialistas y el propio Gobierno-, combinados con punteros locales dispuestos a mover gente y sancionar con quitas de planes a quienes no se movilicen, y fanáticos dispuestos a cualquier cosa, configurando un clima previolento bajo la advertencia: “Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar”. El preámbulo del sueño de un multitudinario “17 de octubre”.
Era natural que la vicepresidenta les sacara provecho a esos vallados (sobre todo viniendo de uno de los referentes de Juntos por el Cambio con aceptable imagen como Larreta) para victimizarse más aún y declararse “sitiada”, “perseguida” y con “arresto domiciliario”, transmitiendo un virtual llamado a una pueblada K; encendiendo las pasiones sin medir -o tal vez sí- consecuencias.
Aun cuando el espíritu de Larreta fue dotar de seguridad la zona de Recoleta donde otros vecinos merecen vivir tranquilos y garantizar la libre circulación -cumpliendo su obligación como jefe de Gobierno-, cuanto menos han fallado los pronósticos de lo que la medida podía generar: una multiplicación de militantes, el desborde con violencia y heridos, y el sentido de épica que necesitaba restaurar el kirchnerismo.
Todo en un singular y delicado “campo de batalla” de Juncal y Uruguay, donde el clima político entre gobierno y oposición quedó agravado, porque de uno y otro lado de las vallas se involucraron nada menos que la vicepresidenta, el presidente y el jefe porteño, entre otros dirigentes de alta jerarquía institucional.
Un núcleo cuya responsabilidad, en realidad, debió ser poner paz en una Argentina angustiada.
El Gobierno de la Ciudad que dirige Horacio Rodríguez Larreta puso potentes reflectores dirigidos a la vivienda de Cristina, que inevitablemente lograron revitalizar la efusión militante y potenciar el fanatismo.
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