¿Qué piensan los adolescentes?

En esta oportunidad, la psicopedagoga Laura Collavini reflexiona sobre la comunicación con los adolescentes. La influencia de los prejuicios y los preconceptos en la charla, y la comparación con nuestras propias experiencias, algunas de las conductas a reconsiderar.

Solemos considerar que lo que no atravesamos es extraño, ajeno. Desconectamos con aquello que no tenemos contacto cotidiano, o bien no ejercemos la comunicación para que nos resulte útil. La comunicación oral, escrita y el lenguaje corporal son válidas para facilitar información. Podemos utilizarla sólo para eso, dar y recibir mensajes; o podemos profundizar y conocer a la otra persona a través de ellos y dejarnos conocer. Este conocimiento entre personas de cualquier edad se denomina vínculo.


Por otra parte, existe el pre juicio, y con frecuencia lo utilizamos en forma generalizada y distorsionada. “Los adolescentes están en cualquiera”, “tienen la cabeza en los pies”, “no saben lo que quieren”, “solo les importa chupar y tener sexo”, “no saben el valor del esfuerzo” o “son mucho mejor que nosotros”.

Estos dichos suponen un preconcepto basado en alguna que otra experiencia, pero claramente imposible que sea en todas. Nuestras conversaciones suelen estar repletas de preconceptos que pueden distorsionar nuestra vida y la de nuestros vínculos.

Cada uno de nosotros somos seres en constante evolución y que vivimos nuestro día a día desde una historia y desde un presente que nos marca en forma inevitable, proyectados también hacia un futuro. Si somos únicos como la huella digital, ¿desde dónde nos creemos con la posibilidad de generalizar?

Podríamos decir que los adolescentes como tales pueden presentar ciertas características como querer estar en grupo, buscan los mismos criterios de comunicación y se visten igual. Todos podríamos asentir que es cierto, y sin embargo no lo es.


Porque a muchísimos adolescentes les suceden cosas diferentes. Se sienten mal porque no entran en ese patrón. No están conformes con los grupos de compañeros, no les gusta la música de moda o piensan de otra manera. ¿Entonces deberíamos decir que esa persona está confundida? Claramente no. Es una muestra más del mal que generamos con nuestros preconceptos.

Al no sentirse parte, muchas personas dejan de buscar un nuevo lugar donde pertenecer y se excluyen. Y no hablo de un rango de edad. Los adultos mayores suelen quedarse aislados por no molestar. Cuando nos damos la posibilidad de compartir tiempo sin nuestros apuros de producción, nos encontramos con relatos maravillosos, experiencias que nos educan, con la vida misma escondida para no invadir.

Desde mi quehacer estoy en contacto con diversos rangos de edades, y disfruto mucho hablar y conocer el pensamiento y las emociones de con quién estoy en contacto, pero me descubro a menudo con prejuicios, basados en preconceptos y en falta de información. Por ejemplo, cuando me cuentan acerca del universo. Mi asombro es “toda mi vida pensando una cosa y ahora veo que no es así”, y mi mundo empieza a modificarse: el saber es poder y el prejuicio nos lo quita.

Al conversar con chicos de diversas edades los escucho relatar las heridas de la niñez, los proyectos diferentes a los que los padres tienen para ellos, de no saber cómo lidiar con su propia mente y los mandatos sociales y un sinfín de proyectos y metas tan bellas como diferentes. Cuando digo esto me refiero entre ellos y los míos. Me resulta inevitable mirar a cada uno y mirarme a esa edad. Sentirme identificada con algunas experiencias, y otras tan disímiles a las propias que parecen sacadas de un cuento. Pero no, son reales.


“En mis épocas” suelen decir muchos. Acá sí me excluyo del dicho. Porque todas son mis épocas. No vivo más en un momento que en otro. A mi criterio, suponer que cada uno tuvo una época implica que en el resto vive casi que de colado. Por otra parte, eso supone un enfrentamiento: “mi época contra tu época”, desechando cualquier punto de intersección entre ambos.

Ahí vamos, cargando nuestro barco de pesos muertos, llenándolo de agujeros, mientras añoramos una época que siempre tuvimos entre las manos.

Lo bueno es que, si nos damos cuenta de aquello que hacemos y no nos hace bien, estamos a tiempo de modificarlo. Cada uno sabrá qué hace con sus prejuicios y de qué le sirve. Es una tarea ardua de hacer, pero bien vale la pena.


Solemos considerar que lo que no atravesamos es extraño, ajeno. Desconectamos con aquello que no tenemos contacto cotidiano, o bien no ejercemos la comunicación para que nos resulte útil. La comunicación oral, escrita y el lenguaje corporal son válidas para facilitar información. Podemos utilizarla sólo para eso, dar y recibir mensajes; o podemos profundizar y conocer a la otra persona a través de ellos y dejarnos conocer. Este conocimiento entre personas de cualquier edad se denomina vínculo.

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