El arco de Neuquén que llegó a los manuales escolares
Hasta fines de la década del 60 estuvo en el límite de las ciudades de Neuquén y Cipolletti. Fue derribado porque empresas hidroeléctricas no podían cruzar sus maquinarias.+
Antes de que la modernidad llegara con sus vías de cuatro carriles, sus luces LED y su tránsito caótico a la ciudad de Neuquén, la capital tenía tintes de pueblo y una de sus postales tradicionales era el arco de bienvenida y buen viaje que se levantaba en su límite con Cipolletti.
No existe NyC (nacido y criado), que de niño, adolescente o adulto no recuerde haber pasado debajo de él. Y que no rescate lo emblemático que fue para el pueblo que se asomaba como gran ciudad. Tan grande fue que incluso el arco se ganó una página del manual Estrada, ese libro de texto escolar que generaciones y generaciones cargaron en sus portafolios y mochilas, en la década del 70 y más.
La construcción de ese arco fue una política del gobierno nacional, Fue levantado en hierro y cemento, tenía una altura de cinco metros y un ancho que enmarcaba dos carriles de la ruta 22 y sus banquinas. Tenía en el medio una luz colgada de un cable que señalizaba el ingreso o salida de la provincia. En ese entonces, la ruta no tenía iluminación, servicio que llegó recién en ocasión de celebrarse el mundial de fútbol de 1978.
Sus leyendas fueron excusa perfecta para la foto de todo turista que llegaba a conocer la provincia de Neuquén.
Pero un día, que no se puede precisar pero se sabe que fue antes de la década del 70, el arco fue derribado.
En torno a las razones hay dos versiones. Una de ellas da cuenta que fue la empresa Agua y Energía que al traer los equipos para hacer funcionar la Central Térmica Alto Valle, solicitó el derribo del arco porque los camiones no podían pasar por allí.
La segunda versión es la de aquellos que aseguran que fue en realidad, la empresa que construyó la represa de Arroyito la que pidió «despejar» la ruta para poder ingresar con las gigantescas turbinas que se instalaron en El Chocón.
Ese arco que ahora ya es un recuerdo, estaba custodiado por la garita del «guardapuente», un oficial de la policía que controlaba el ingreso y egreso a la provincia y que además, oficiaba de oficina de informes para todos los turistas que llegaban a diario.
Allí se podía obtener toda la información necesaria sobre las rutas provinciales, el estado de las mismas y cuáles eran las mejores vías para llegar a las localidades cordilleranas que eran en ese entonces, el destino final de todo viajero.
Fue además, una base de datos, una recopilación precisa y sin fisuras, de la cantidad de autos que ingresaban a diario, el origen de los turistas y por supuesto, una fiscalización ineludible de los elementos ilegales que ingresaban al territorio neuquino.
«Tan buena memoria tenía la persona que controlaba el tránsito que podía decir si un auto había pasado o no», recuerdan los pobladores neuquinos.
Antes de que la modernidad llegara con sus vías de cuatro carriles, sus luces LED y su tránsito caótico a la ciudad de Neuquén, la capital tenía tintes de pueblo y una de sus postales tradicionales era el arco de bienvenida y buen viaje que se levantaba en su límite con Cipolletti.
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