Es belga, le diagnosticaron cáncer de mama y al recuperarse, cruzó el océano en velero para conocer Argentina
Más allá de cumplir su sueño, Eugénie Nottebohm espera inspirar a muchos otros a "no hacer los sueños a un costado para más adelante". Partió de Holanda en 2018 y ahora, de paso por Bariloche, su sueño es conocer la Polinesia.
Cuando le diagnosticaron cáncer de mama, Eugénie Nottebohm pensó que era el final. El mundo, reconoce esta belga de 56 años, se vino abajo. Tras varias sesiones de quimioterapia y un tratamiento que se prolongó durante siete meses, obtuvo el alta y decidió que era el momento de cumplir sus sueños. Se compró entonces un velero para recorrer el mundo.
“Cuando me curé me di cuenta que la vida es corta. Que no hay que dejar las cosas para más adelante. Tuve oportunidad de comprar un barco y mi idea era viajar con tripulantes, pero era difícil de conseguir. Por eso, unos amigos me enseñaron a navegar sola”, cuenta esta mujer de paso por Bariloche, en un perfecto español.
La travesía que arrancó en 2018
Partió de un puerto en Holanda en 2018, al cumplir los 50 años. En un primer momento, se fue poniendo pequeñas metas porque ya sentía que el desafío era inmenso. El primer destino fue Inglaterra, siguido por Los Azores y la pandemia por el Covid-19 la sorprendió en Cabo Verde hasta que se planteó el propósito de llegar a Argentina.
“¿Por qué no podría llegar?, me pregunté. Me había informado bien, había revisado el barco y me lancé al Oceáno Atlántico”, confiesa.

Eugénie recordaba que, alguna vez, sus padres habían viajado a Argentina para visitar a unos familiares que habían emigrado de Bélgica, a fines del siglo XIX. “Mi padre me dijo que eran muy buena onda y que me caerían muy bien porque varios de ellos eran navegantes. Me contacté y me ayudaron mucho a navegar hasta estas tierras. Así fue como surgió la idea de conocer Sudamérica”, comenta.
En medio del océano, debió atravesar una tormenta que se extendió por durante dos días. “Cuando uno se lanza, busca los pronósticos y si bien daban viento, fue mucho más intenso. Mi barco era pequeño, pero se lo bancó”, advierte. Eugénie había leído libros, había visto videos de regatas para conocer cómo se manejaban los barcos ante una tormenta. “Hay que reducir la vela porque, de esta forma, el viento pega menos y el barco no pierde tanto balance. En mi velero, saqué la vela de adelante y reduje la vela grande atándola muy bien. Dio resultados porque el barco ni se inmutaba. La que tenía miedo era yo con esas olas de 5 o 6 metros”, recuerda.

De esta forma, llegó a un puerto de Brasil. Pero ante el temor por la experiencia de la tormenta le tomó un tiempo para poder retomar el viaje. Quería llegar a Argentina, conocer a sus primos, pero además siempre había sentido una atracción muy fuerte por la Patagonia. “Un lugar salvaje, con lugares aislados. En la naturaleza es donde más fuerte y mejor me siento. Tengo mucha conexión”, admite.

Concretó su sueño en 2022, conoció Buenos Aires, Mar del Plata, Quequén, Camarones y le siguió Puerto Deseado, San Julián y Ushuaia. Por tierra, recorrió la ruta 40 hasta Villa La Angostura, San Martín de los Andes y ahora, Bariloche. La estadía se volvió más larga de lo esperado porque conoció a su pareja y porque comenzó a promocionar su libro “Mi transformación… que podría ser la tuya”.
Sin embargo, ya hay un sueño más: el próximo destino es la Polinesia.
El diagnóstico que no esperaba
Eugénie estudió biología y se doctoró en neurobiología. Trabajó durante muchos años con el foco en el medio ambiente hasta que decidió darle un contenido social a su tiempo. Y comenzó a trabajar en un hogar de ancianos perteneciente a una fundación.
“Acompañaba a la gente en todo lo que vivían y le pasaba. Cosas divertidas, pero a la vez, había muchos que pedían eutanasia porque en Bélgica está permitida. También ahí estaba”, señala.

También estudió arteterapia que, considera, está muy vinculada a su formación en neurobiología.
Cuando tenía 47 años, el médico fue contundente: “Cáncer de mama”, le informó.
“Es una edad hermosa porque sentís que ya pasaste lo difícil y te predisponés a disfrutar. Pensé: ¿justo ahora? Quedé en shock. Nunca había estado enferma, nunca había tenido nada grave. Pasar por estos tratamientos de quimioterapia fuertes fue duro psicológicamente. Cuando supe que todo había salido bien, me propuse disfrutar un poco más”, afirma.

Al navegar en soledad, reconoce, siente paz. “Como todo el mundo tengo ansiedades. Esto me permite atravesarlas y conectarme conmigo, darle lugar a las cosas que siento. Estar sola en el agua, me empodera. Si lo podés hacer en el agua, podés repetirlo en la vida normal”, reconoce.
Desde que navega también escribe. Sin embargo, recuerda que su tesis de doctorado, fue “como una historia y no a la manera científica tradicional”. “No me encontraba en ese estilo seco y racional. Y de hecho, tuve problemas con el director de la tesis. Científicamente, el trabajo era correcto, solo que estaba escrito de una manera más literaria. Porque siempre me gustó contar historias”, señala.

Eugénie comenta que todo navegante debe escribir una vitácora en caso de que haya accidentes. Lo hace a diario, aunque no solo menciona de dónde parte y el rumbo, sino cada cosa que percibe a lo largo del viaje para no olvidarlo.

También comenzó a pintar y vende sus obras de arte en acuarelas, participa en exposiciones y a la vez, publica artículos en revistas náuticas. “Las obras son del viaje y tienen otro valor emocional”, dice.
¿Qué pretende con su viaje esta belga, más allá de satisfacer sus sueños? Inspirar a otros.
“Quedarme mucho tiempo en un lugar me permite conocer mejor la cultura y disfruto del intercambio con la gente. Pero también cuando te dicen que tenés cáncer, es un martillazo en la cabeza y el fin del mundo. Pero hay vida después del cáncer. No hay que dejar lo que uno quiere a un costado”, evalúa.

Cuando le diagnosticaron cáncer de mama, Eugénie Nottebohm pensó que era el final. El mundo, reconoce esta belga de 56 años, se vino abajo. Tras varias sesiones de quimioterapia y un tratamiento que se prolongó durante siete meses, obtuvo el alta y decidió que era el momento de cumplir sus sueños. Se compró entonces un velero para recorrer el mundo.
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