Mujer de chacra y cosecha: llegaron los 99 de Ema, pionera de la Costa en Allen
Eslabón en una familia de vidas curtidas, esta vecina sabe bien lo que es sobrevivir, criar y sostenerse, en el lado difícil de la vida rural. Sencilla, los recuerdos no le impiden seguir sonriendo y también celebrar.
El miércoles 17 de febrero de 1926 llegó al mundo una vida más en el nido de Rosa Castro, pobladora rural de Allen. Cocinera en la histórica estancia de Hans Flügel, su patrón venía de ocupar el cargo de intendente de aquel entonces (presidente del Concejo Municipal) y de presenciar la inauguración del centenario Hospital Regional. Pero la vida de esta trabajadora seguiría por carriles muy distintos, cobijando a sus retoños con sus alas de gallina.
Esa nueva integrante de la familia fue bautizada con el nombre de Ema, nombre sencillo y cálido, como la sonrisa con la que recibió a Diario RÍO NEGRO para compartir sus recuerdos. No llegó a conocer la emblemática estancia, pero juntó otras tantas vivencias en 99 veranos, muchos de ellos bajo el sol, entre álamos, viñas, perales y manzanos, atando podos o cargando el recolector.

Madre primero, esposa después, crió a sus hijos a pocos metros de las plantas, usando una frazada en el suelo como “camita”, para ganar el sustento sin despegarse de ellos, “porque había que darles el pecho”, explicó, como algo lógico. Y cuando decaían las tareas culturales, el trabajo doméstico fue la alternativa, que cumplía también escoltada por sus pequeños.
“¡Felices 99 años querida Ema Castro, un cariño afectuoso para nuestra representante más antigua del barrio Costa Oeste”, la saludó por Facebook el equipo del Centro de Atención Primaria de la Salud que funciona allí cada jornada. En su infancia, la niña de vestido, melena con invisibles y alpargatas, que cursó algún tiempo en la Escuela 79 “Guido Brevi”, no supo lo que era una torta como la que la espera este domingo, cuando lleguen parientes desde Andacollo, Huergo y Choele Choel. Tampoco lo que era pedir deseos, porque ni a eso se animaba, ni siquiera mirando las vidrieras de las tiendas cuando iban hasta el centro allense, caminando o ayudadas por algún vecino. “Si me compraba algo de eso, no nos alcanzaba para comer”, contó, entonces el dilema se resolvía rápido.
Si tiene que hablar de la vida en esos años, recuerda las compras en el almacén “Diez y Fernández”, en la esquina de Orell y Mitre, donde hoy funciona uno de los corralones locales. También la tela que su madre Rosa elegía en la Tienda “Diente de Oro” para sus costuras, en un negocio que este 2025 también cumplirá su centenario y que antes supo ubicarse sobre la misma calle Orell, pero unos metros hacia el este. “Mamá sacaba fiado en el almacén y pagaba después, cuando terminaba la cosecha. Había dos muchachos a cargo”, recordó Ema.
Fideos, carne para el puchero, galletas trinchas y alguna papa para la sopa eran el menú habitual en la vivienda de los Castro, construida por una jefa de familia que juntaba postes, chilca, barro y ramas, para armar la estructura en las chacras donde la dejaban instalarse y trabajar, hasta que llegaba el tiempo de la “mudanza” y había que desarmar. “Cuando llovía entraba agua por todos lados”, reconoció Ema, pero entendiendo que fue todo lo que su madre pudo darles. Allí la protagonista de esta nota crió a sus dos primeros hijos, allá por la década del ‘40, y también vio morir en sus brazos a una de sus niñas, que no supo cómo traer hasta el “Ernesto Accame”, distante a unos siete kilómetros, después de cruzar las Rutas 22 y 65.

Con todo eso en su corazón, en sus manos y en sus retinas, el destino de Ema la unió a Laureano Maza, vecino también de la zona rural, a quien calificó como un compañero “buenísimo, muy trabajador” y seguidor de las jineteadas, donde ella también aprendió a bailar rancheras y valses, al ritmo del acordeón, contó con picardía. Con él tuvo dos hijos más.
Las actividades de los Clubes de Abuelos, la Escuela de Adultos N° 13 y su último trabajo en el Hogar de Ancianos “Pohlmann Trabandt”, le permitieron sostenerse y nutrirse junto a otros pares, igual que como hizo cuando cuidó a la mujer que le dio la vida y que también superó los 100 años, aunque no tenía DNI. “Sufrí en mi vida pero todavía estoy luchando”, dijo Ema, dando por hecho que todavía le quedan rounds para la victoria final.
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El miércoles 17 de febrero de 1926 llegó al mundo una vida más en el nido de Rosa Castro, pobladora rural de Allen. Cocinera en la histórica estancia de Hans Flügel, su patrón venía de ocupar el cargo de intendente de aquel entonces (presidente del Concejo Municipal) y de presenciar la inauguración del centenario Hospital Regional. Pero la vida de esta trabajadora seguiría por carriles muy distintos, cobijando a sus retoños con sus alas de gallina.
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