¿Un caballo de Troya para el ciudadano neuquino?

Por Gastón Rambeaud *
En el mundo democrático se debate hoy acerca de las dificultades de sostener la representatividad en quienes ejercen cargos públicos; y preocupa tanto el alejamiento de la ciudadanía como su volatilidad respecto de la política.
Es común visualizar las causas ubicadas del lado de la sociedad y su evolución moderna; tales como la amplificación de las necesidades humanas y las exigencias de satisfacción, la interconexión permanente, la instantaneidad e inmediatez del conocimiento y, en general, la observación de que la vida actual genera una importante dispersión de los representados, de sus gustos y de sus necesidades, con la consecuente dificultad -o imposibilidad- de abarcarlo todo desde la representación política.
A ello se suma una actitud nociva desde quien lleva adelante esa representación, consistente en que a medida que las aspiraciones individuales se multiplican y diversifican, la pretensión de la política es dar cobertura total, sin contenerse en el nivel institucional para el que fue estructurada y trasponiendo el límite entre lo público y lo privado.
Entonces, la representación que originariamente estaba destinada al manejo de lo público intenta hoy ocuparse de gran parte de las insatisfacciones de los individuos; y como estas últimas son ilimitadas y avanzan cada vez más decididamente hacia la diversificación y la dispersión, la carrera que se ha emprendido será siempre a pérdida, en un esfuerzo vano que se proyecta hasta el día en que la diversidad sea tal que exija a un representante por cada representado. Será el momento en que la representación política habrá perdido todo sentido.
Por eso es común que hoy se visualice en un mismo plano de fracaso a toda la política, entreverado lo estrictamente institucional junto a millones de aspiraciones frustradas de la más diversa índole que pudiéramos imaginar en individuos cada vez más diferentes entre sí. En tal panorama, es evidente que el principio de representación se encuentra en crisis.
El populismo moderno nos ofrece una superación a esa crisis; porque en lugar de representación, lo que nos propone es interpretación; allí donde la representación no alcanza -y de hecho que no alcanza si la pretendemos al modo actual- la interpretación que siempre es subjetiva, resulta inagotable. Así, será el líder populista quien en un proceso personal de selección y autoridad, interpretará la multiplicidad de necesidades del pueblo y proveerá a ellas.
Bajo tal esquema, la representación pasa a un segundo plano y sus mecanismos instrumentales son cada vez menos necesarios. Solo cuenta la elección unipersonal del líder que interpreta al pueblo, que habla por él -tal como nos lo recordó una diputada nacional hace unos días- y decide cuáles necesidades son las que importan de ser satisfechas. El resto, incluidos los derechos, es todo relativo.
En ese camino de superación de la representatividad, es claro que las elecciones de representantes en cuerpos legislativos son un problema. Es por eso que se busca ubicarlas como simple accesorio de la elección del líder y, si es posible, en una misma boleta, por debajo de él; que el legislador aparezca por efecto arrastre y represente al gobierno electo antes que al votante; mejor aún si el acompañamiento es también temporal, acompasado a los períodos del líder. Una elección de estricto control ciudadano como son las elecciones de medio término no pueden tener cabida en ese régimen, porque si el líder está haciendo las cosas mal su poder se verá disminuido en los cuerpos legislativos.
En medio del problema de la representatividad, bajo el argumento de la propia crisis y de que las personas nada quieren saber con la política, agregando un guiño engañoso a los fiscalistas que cuestionan el costo de las elecciones, se nos presenta hoy la propuesta de reforma de la Carta Orgánica de la ciudad de Neuquén en la que se intenta sustraer a los vecinos de una instancia de participación, voto y control popular del gobierno.
Que nuestros representantes legislativos se elijan al mismo tiempo, solo por arrastre y en lo posible como un accesorio del líder que gobierna, tal vez sea el sueño no realizado de los caudillos populistas que han gobernado la ciudad durante las últimas décadas. Pero si hasta aquí nos quejábamos de que con el voto estábamos otorgando al gobierno un cheque en blanco por dos años, ahora pasaremos a hacerlo por cuatro sin control intermedio. Y si a eso sumamos que con la reforma también se unifican los tiempos de elección del defensor del pueblo y de la sindicatura municipal, la convergencia del poder público hacia la persona del líder se fortalece y los controles ciudadanos se debilitan.
Entonces, en un mundo moderno donde cada día queremos tomar más decisiones como personas civilizadas y exigimos una mayor representación, la propuesta en consulta viene a contracorriente y nos deja una dosis de restricción en la toma de decisiones y un pedido extra de confianza en el gobernante con poder concentrado. En los términos recordados más arriba, nos dice que será él quien mejor ‘interprete’ nuestras necesidades como vecinos, que si nos deja votar cada dos años.
Montada así sobre plausibles valores fiscales y la apatía de participación de tantos que descreen a estas alturas del principio de representación, se nos acerca un verdadero caballo de Troya al voto: en su interior esconde el objetivo de mayor concentración de poder y menor participación ciudadana. Una pena en estas épocas, donde el control popular de lo público se hace cada vez más necesario.
* Abogado. Neuquén

Por Gastón Rambeaud *
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite desde $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios